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Los fundadores

1.7.07

Interesante artículo sobre los fundadores del Justicialismo y Radicalismo, por Esteban Dómina para La Voz

El 1º de julio de 1896, cuando Leandro N. Alem se quitó la vida, Juan Domingo Perón era un lactante de apenas nueve meses de edad. Naturalmente, no llegaron a conocerse. Sin embargo, el destino quiso que aquel vástago, convertido ya en personaje, abandonara este mundo también un 1º de julio, sólo que 78 años más tarde, en 1974.


Pero no fue ésa la única coincidencia; hubo otras. Acaso la mayor fue que los dos, cada uno a su tiempo, rompieron con los moldes preexistentes en la política argentina y fundaron sendos partidos populares que subsisten hasta hoy: la Unión Cívica Radical y el Justicialismo. Por lo demás, eran bastante diferentes: Alem, romántico e intransigente; Perón, afable y pragmático. Aquél, hombre de derecho que más de una vez tomó las armas para imponer sus convicciones; éste, político avezado y militar pacifista que se definía a sí mismo como un león herbívoro. Como fuere, los dos, desde sus propias realidades y perspectivas y con más de medio siglo de diferencia, supieron leer e interpretar el signo de los tiempos, advirtiendo claramente los profundos cambios sociales que sacudían al país. Y dejaron un legado histórico.

Alem. El joven Alem, que a los 27 años ya era diputado bonaerense, debió sobrellevar durante toda su vida un estigma familiar, el de su padre, que había pertenecido a la Mazorca, la temible policía rosista. Bajo ese cargo, un año después de Caseros, cuando Leandro tenía sólo 11 años, su padre fue fusilado y luego colgado a la vista de todos. "El hijo del ahorcado", le llamaban algunos maldicentes para recordarle su ominoso origen. Quizá para lavar esa culpa, Leandro peleó en Cepeda y Pavón y, más tarde, en la guerra del Paraguay. Luego se enroló en el autonomismo de Adolfo Alsina. Tras una década de actuación parlamentaria, Leandro, fogoso e inconformista por naturaleza, renunció a la banca que ocupaba en el Congreso Nacional para seguir bregando desde el llano por un orden más justo. Esta resolución coincidió con el ascenso al poder de Julio A. Roca, uno de los arquitectos del régimen conservador que Alem quería cambiar.

Alem, desde su bufete de abogado en Balvanera,vio claramente cómo el cuerpo social de la joven República mutaba día a día con la incorporación de legiones de inmigrantes que, junto a las novedosas industrias y artesanías, desembarcaban, además, las ideas en boga en Europa, principalmente de corte anarquista y socialista. Comprendió entonces que ni esa masa de individuos recién llegada ni la incipiente clase media doméstica tendrían lugar en el sistema político dominante y que no tardarían en reclamarlo. Pese a que regía la Constitución de 1853, los gobernantes se elegían prácticamente a dedo y el acceso al poder estaba clausurado para los sectores populares. Así, el poder pasó de Roca a Juárez Celman, su concuñado, casi naturalmente.

Alem, alejado definitivamente de Alsina, decidió volver a la arena y enfrentar al "unicato" de Juárez Celman. Junto a Aristóbulo del Valle y Roque Sáenz Peña fundó el Partido Republicano, de efímera vida. Luego, participó del legendario mitin del Jardín Florida, donde nació la Unión Cívica, que reunió también a Mitre, Del Valle y Bernardo de Irigoyen, entre otros. Meses más tarde, en julio de 1890, estalló la revolución que se inició en el Parque de Artillería (actual plaza Lavalle). Ese día Alem se recibió de caudillo. Si bien la revuelta no logró la toma del poder, hirió de muerte al régimen: Juárez Celman debió abandonar la presidencia y cedió el mando a su vicepresidente, Carlos Pellegrini. En la vereda opuesta, la naciente Unión Cívica sufría su primer desgarro interno: el que alejó a Mitre, que prefirió oxigenar al viejo régimen aliándose con Roca. La bandera de la intransigencia quedó entonces en manos de Alem, por entonces senador nacional y jefe del ala dura de los cívicos, donde ya militaba su joven sobrino: Hipólito Yrigoyen. Tío y sobrino participaron de la fundación de la Unión Cívica Radical. La oposición del flamante partido se tornó cada vez más ríspida, hasta que en 1893 estalló una revolución a escala nacional liderada por el propio Alem desde Santa Fe, mientras que su ascendente sobrino sublevaba la provincia de Buenos Aires. Aquella batahola le costó la cárcel y el posterior destierro a Montevideo.

Perón. En 1930, Juan Domingo Perón tenía 35 años y una prometedora carrera militar por delante. Atrás habían quedado su niñez –en Lobos primero y en la Patagonia después–, y los años de Colegio Militar. Ya era teniente del Ejército que aquel año volteó al presidente Yrigoyen y colocó en su lugar al general Uriburu. Ése, el primer golpe militar del siglo 20, abrió el camino a la restauración conservadora que duró algo más de una década. Tras la crisis mundial de 1929, que arrastró al modelo agroexportador, nació una industria de sustitución de importaciones que dio lugar a su vez al surgimiento de una incipiente clase obrera, nutrida por los legendarios "cabecitas negras", que llegaban en oleadas desde el interior buscando trabajo y una nueva vida.

Perón fue testigo de esos cambios e intuyó que el país ya no sería el mismo. La misión que sobre el final de los años 1930 lo llevó Europa le permitió completar su formación ideológica.


El 4 de junio de 1943, en un nuevo golpe militar, Perón era uno de los miembros más conspicuos del GOU, la logia que prohijó aquella movida. Los nuevos dueños del poder dieron un giro nacionalista al gobierno y pusieron en marcha una serie de reformas sociales que se profundizaron en los años siguientes. En medio de este proceso reparador, la figura del entonces coronel Perón –que además de la vicepresidencia de la Nación ocupaba el Ministerio de Guerra– rápidamente cobró popularidad. Fue sin embargo la Secretaría de Trabajo y Previsión la que permitió echar los cimientos del movimiento que en poco tiempo lo llevaría a la presidencia de la República. Cuando sus opositores atinaron a reaccionar, ya era demasiado tarde: los trabajadores lo habían adoptado como su nuevo líder. El 17 de octubre de 1945, ante la mirada atónita de sus camaradas, se selló el pacto entre Perón y el pueblo y la historia argentina dio un vuelco.