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El recuerdo de Néstor por Pepe Salvini

15.11.10

Pepe salvini, asesor y amigo del ex presidente, lo evocará en un homenaje de la oesterheld



 
Se conocieron en la escuela secundaria y compartieron experiencias desde muy jóvenes. Los primeros años de la militancia universitaria en La Plata, el gusto por los deportes y las peripecias de la campaña política en la Patagonia.
El Renault 12 de color rojo, propiedad de Néstor Kirchner, entonces candidato a gobernador de Santa Cruz, surcaba la ruta de Río Gallegos a El Calafate en plena nevada.
Lo manejaba Daniel Varizat. Los demás asientos estaban ocupados por Humberto “Tito” Quiñonez, José “Pepe” Salvini y el propio Kirchner. El viento en ese invierno de 1991 era tan fuerte, condición infaltable en la estepa patagónica, que arrastraba la nieve más blanda hacia las zonas bajas, donde se acumulaba formando una capa que seguía creciendo sobre el asfalto. La ruta quedaba cubierta de blanco, salvo por las huellas que dejaban los camiones. La nieve seguía golpeando sobre el parabrisas cuando el Renault llegó a lo alto de la loma.
El conductor, asustado, frenó. Unos metros más allá, en lo más bajo de la hondonada, se había amontonado tanta nieve que el asfalto apenas se adivinaba un metro abajo. Varizat, Quiñonez y Salvini se bajaron a ver si era posible pasar. Lo vieron más bien imposible. Entonces escucharon una acelerada. “Era Néstor, que se había quedado en el coche. Se mandó con todo. Nosotros nos tuvimos que abrir a un costado”, recuerda hoy Salvini, casi 20 años después.
El desenlace esperable de la  historia, con el vehículo que acelera ante la amenaza de la nieve, sería que el Renault cruzara sin problemas la hondonada. Que lo lograra, y a toda velocidad. Y la anécdota sumaría otro capítulo épico a la biografía de Kirchner, a su terca personalidad. Pero el Renault rojo no pasó. Quedó atascado. Las ruedas de adelante enterradas y las de atrás girando en el aire. Kirchner tenía que llegar rápido a El Calafate para el cierre de campaña.
Cuando sus colaboradores lo miraron, él se limitó a sonreír. “Con las pinzas sacamos dos tramos del guardrail de la ruta, movimos el auto a mano para que las cubiertas entraran en esos tramos de guardrail y lo usamos de trineo. Y así pudimos salir”, cuenta Salvini, compinche desde siempre, compañero de banco del ex presidente en el cuarto año bachiller del Colegio Nacional Nº 1 de Río Gallegos, bautizado República de Guatemala.
Salvini estuvo toda su vida adulta cerca de Néstor Kirchner. Desde que ambos cursaron el bachiller en la capital santacruceña –él era hijo de una familia que había llegado al Sur en los ’50, Néstor tenía cuatro generaciones en Santa Cruz–, Salvini lo acompañó en casi todos sus proyectos. Kirchner lo llamaba, obvio, “Pepe”. Compartieron vivencias de muy jóvenes, luego Pepe fue testigo del esfuerzo casi propio de testigo de Jehová por impulsar una candidatura nacional. “Lo que yo hice siempre con él fue la construcción política, como cuando empezamos a caminar el país, entre 1999 y 2000”, rememora. Hoy lunes, a las 21, Salvini será el centro de un homenaje a Néstor Kirchner organizado por La Oesterheld en el viejo y querido Torquato Tasso. Pepe contará experiencias y dará su testimonio como uno de los amigos y colaboradores más cercanos del ex presidente.
“Yo lo acompañé a todos lados”.  Para la foto posaban como un equipo de fútbol. En realidad conformaban un improvisado equipo de vóley. Eran los estudiantes santacruceños de la Universidad Nacional de La Plata que, tras un improvisado censo y descubrir que eran muchos, decidieron crear un centro de estudiantes propio y organizar actividades. Hacían peñas, bailes, eventos con las fechas importantes para la Patagonia. Y también convocaban a certámenes de fútbol, básquet y vóley con los estudiantes de las otras provincias del Sur. El desafío más picante, porque había conocidos de ambos lados, era con los estudiantes de Tierra del Fuego.
Salvini era una pieza indispensable si la competencia era al fútbol. Su habilidad como mediocampista lo hacía muy reclamado. Su talento con la redonda no pasaba desapercibido para Kirchner, quien durante mucho tiempo lo utilizó para decirle en la cara la misma chicana irónica: “Lo que pasa es que Pepe lo único que hace bien es jugar al fútbol”. Eso le enrostraba, con una mueca canchera.
Néstor prefería jugar abajo. Era defensor central, un puesto en el que hacía valer su altura. “Le gustaba jugar de defensor, pero también le gustaba pisar la pelota, hacer jugaditas. Con el lomo que tenía, y calzaba 45, ¿cómo no iba a jugar atrás? Él decía que jugaba bien”, recuerda su amigo entre risas. Aunque la pasión de Kirchner era el básquet. Se desempeñaba con tesón debajo del aro. Lo suyo era matarse como pivot.
La amistad había nacido en el secundario, al calor de las bromas, pero también de jugarse juntos por las mismas causas. Como en 1967, cuando Onganía viajó a Río Gallegos para inaugurar el aeropuerto. Poco tiempo antes había firmado una resolución que obligaba a los rectores de los colegios nacionales a tener estudios universitarios con orientación pedagógica. Los estudiantes del colegio República de Guatemala decidieron exigir la continuidad de la rectora, Anita Flores de López, quien llevaba más de 15 años al frente de la institución.
La rectora no cumplía con las nuevas exigencias. “Venían las mujeres de los militares, que tenían títulos, para quedarse con todos los cargos. Entonces declaramos el estado de huelga secundaria. Paramos el colegio y movilizamos la ciudad. Sin embargo, muy pocos estudiantes habíamos firmado el petitorio: entre ellos, Néstor y yo”, dice Salvini. Años después, a comienzos de 1971, los dos amigos coincidieron en La Plata para estudiar en la universidad. Habían llegado junto con una oleada numerosa de estudiantes santacruceños. El búnker de todos ellos era “el castillo”, un departamento que se prestaban alternativamente y que alquilaban en la esquina de 47 y la diagonal 80.
El departamento quedaba en el primer piso del edificio. “Ahí vivíamos algunos amigos. Lo teníamos como centro de reunión y de juntadas, porque quedaba cerca del comedor universitario, y era paso obligado para los compañeros del interior. Nos juntábamos para hacer reuniones, para tomar mate y demás”, cuenta Pepe. Al poco tiempo “el castillo” tendría su mascota: un perro del que se habían encariñado varios de sus ocupantes. A finales de 1975, cuando llegaba el verano, ese departamento y ese perro serían testigos de un momento clave en la vida de Kirchner y de su viejo amigo.
Salvini estaba por regresar a Río Gallegos para pasar el verano. Tenía que dejarle la llave a su compañero de departamento. Darle instrucciones para que cuidara al perro. Entonces apareció Néstor, medio engripado, junto a una compañera de la facultad. La presentó como su novia. Era Cristina Fernández. “Néstor no era tímido, para nada. Yo tengo fotos en las que se lo ve chacoteando en los bailes. Era de embromar, de joder. Toda la vida fue igual. Chicanero, ocurrente. Fue un tipo que no cambió absolutamente en nada. Pero no nos imaginábamos que estuviera de novio. Cristina era muy linda. Fue un noviazgo rápido”, recuerda. Al año siguiente Néstor y Cristina se casaron en La Plata. Su historia siguió, y es bien conocida.
Hace unos meses, Salvini pasó por la esquina de 47 y 80, en La Plata. Cuando vio el edificio sacó una cámara y apuntó hacia el primer piso. “Está todavía. El edificio está igual. Le saqué fotos a la pasada, las tengo de recuerdo”, dice el amigo que hoy se propone ayudar con todo a la presidenta. “Yo a Néstor lo acompañé a todos lados. Y a Cristina la veo más preparada que nunca. Ojo, que con ella se van a llevar una gran sorpresa”, advierte, y hace un gesto que parece decir: “Yo les avisé.