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Los relatos y la realidad

21.4.10

Por Ricardo Forster
 
Algunas anécdotas que sirven para ilustrar aquello que se dice y aquello que no se dice en la Argentina. La primera me sucedió la semana pasada, cuando una periodista de El Cronista Comercial me hizo una entrevista que fue transcurriendo por carriles normales aunque algo ríspidos por el tono de las preguntas y por las evidentes diferencias de interpretación. Nada fuera de lo común y nada inesperado sabiendo qué posiciones defiende dicho periódico. Lo que me sorprendió fue una pregunta que de repente me hizo la joven periodista, porque hasta ese momento la conversación y la propia lógica del reportaje me hacían pensar que estaba delante de alguien con criterio e incluso con perspectivas propias que no necesariamente se correspondían con los de la empresa en la que trabaja.

La pregunta fue directa: “¿No considera que el país está aislado del mundo?”. La miré, confieso, un tanto perplejo y pensando que había escuchado mal. Ese mismo día Cristina Fernández se había entrevistado en Washington primero con Barack Obama y luego con el presidente chino y se anunciaba, para el día siguiente, la primera visita de un mandatario ruso a nuestro país. Le pregunté, invirtiendo los roles de entrevistado en entrevistador, si me estaba hablando en serio, si se había detenido a pensar lo que me estaba preguntando o si tenía un casete previamente preparado que no se dejaba conmover por nada. No sé si entendió mi humorada o mi sarcasmo. No sé si el relato que la envolvía encontraba las fisuras adecuadas para que se filtrara ya no sólo lo que podían ser mis propias perspectivas de la realidad sino un poco de observación independiente y capaz de sustraerse al clima malsano de la redacción en la cual de­sarrollaba su trabajo. Algo estaba obturado, y ese algo que invisibilizaba lo evidente, lo que estaba allí como información imposible de negar, proyectaba en el imaginario de la periodista una percepción mórbida de una realidad que ofrecía señales absolutamente distintas a aquello que suponía su pregunta.

La otra anécdota no es personal sino que tiene que ver con el modo de cubrir sin cubrir de la corporación mediática la extraordinaria marcha del jueves pasado en defensa de la ley de medios audiovisuales. Del mismo modo que se ningunea y se de­sinforma respecto de la política internacional del Gobierno, que primero se dice una cosa y después se minimiza lo ocurrido para dejarlo correr sin pena ni gloria y como parte de una línea editorial que busca bloquear cualquier acontecimiento favorable o más o menos destacado llevado adelante por el Gobierno nacional, se transforma una movilización multitudinaria y diversa en su conformación en apenas una “manifestación en defensa de la ley K de medios”, que es lo mismo que decir que esas decenas de miles de personas que participaron de la protesta contra las decisiones de algunos jueces mendocinos no tenían otra intención que defender los intereses de los Kirchner.

Nada de criterio propio ni de pluralidad política. Nada de libre decisión, apenas rostros sin voz autónoma manejados por una lógica que sólo aspira a acumular poder en beneficio propio. Relato mentiroso de un acontecimiento extraordinariamente significativo en la historia de la democracia argentina. Intento de minimizar aquello que cada vez se despliega con mayor potencia en el interior de eso otro que los grandes medios suelen llamar “opinión pública” (cuando responde a sus intereses económico-ideológicos) y que descalifica como expresión mínima de la crispación K cuando lo que evidencia es que miles y miles de ciudadanos buscan expresar su deseo de una libre circulación de la palabra en nuestro país. Un relato sesgado e hipócrita que esconde la debilidad actual de la corporación, que nos muestra su intento desesperado por tapar el sol con la mano.

Entre la pregunta insólita y bizarra de la periodista de El Cronista y la cobertura canalla de la movilización del jueves 15, se manifiesta la trama “verdadera” del relato de los grupos concentrados y monopólicos. Así como, de la misma manera, que se vislumbra la complicidad de aquellos otros que poco o nada suelen decir de la causa Herrera de Noble o del conflicto suscitado por el Grupo Vila-Manzano al despedir a varios trabajadores de sus medios radiales en Rosario por no aceptar ser cómplices de la defensa de la ley de la dictadura que hizo el grupo. Pero lo seguimos viendo y leyendo cuando “prestigiosos e independientes” periodistas escriben o anuncian sin sonrojarse que continúa el aislamiento internacional de la Argentina y que, en tren de tener que dar cuenta de la entrevista entre Obama y Cristina Fernández, agregan, casi como al pasar y con tono socarrón, que duró apenas un cuarto de hora y careció de toda importancia.

Resultaba patético ver los rostros de Julio Blanck y de Van der Kooy cuando escuchaban azorados las respuestas que el ultraliberal Carlos Escudé, hombre de impensables simpatías hacia los Kirchner, les ofrecía en su programa televisivo reivindicando la política exterior del Gobierno sino también, y más desopilante por la situación y el contexto en el que se lo decía, cuando se dedicó, durante largos e interminables minutos para los entrevistadores, a mostrar de qué manera la “prensa seria” se había dedicado a minimizar o a ridiculizar aquello que era absolutamente relevante. Nada era importante, ni la entrevista con Obama ni el diálogo con el presidente ruso que, entre otras cosas, comprometió una gran inversión en el área energética.

Lo único digno de ser informado, en el tono habitual de catástrofe, era la supuesta amenaza rusa de dejar de comprar carne argentina. Escudé disfrutaba como un niño travieso mientras los periodistas, siempre tan irónicos y sobradores, no sabían dónde meterse y cómo es que habían dejado que el enemigo entrara a los estudios de TN. Insultos varios deben de haber caído sobre las espaldas de la producción que no se debe haber tomado el trabajo de conversar previamente con Escudé confiando en que sus antecedentes político-académicos lo volvían una pieza confiable.

Anécdotas mínimas, de esas que se repiten a diario y que saturan los medios gráficos y audiovisuales hegemonizados por el establishment. Ejemplos elocuentes de la lógica de la desinformación que practican aquellos mismos que luego se desgarran las vestiduras en defensa de la libertad de prensa. Proliferación de un relato que busca diluir aquello que efectivamente sucede, que se ocupa y se preocupa por hacer invisible lo que cuestiona sus intereses.

Multiplicación de voces y de imágenes dispuestas para formatear una visión patológica de la actualidad argentina, buscando afianzar una descripción apocalíptica y abismal de esas que están allí para justificar el bombardeo permanente contra cualquier acción del Gobierno. Y no importa que la realidad contradiga sus dichos y sus “informaciones” porque el problema, entonces, será de la realidad y no de ellos que, eso lo sabemos, son la reserva moral de la libertad de expresión en un país amenazado por la forma kirchnerista del populismo, de ese que busca “amordazar a los argentinos” llevándonos hacia la catástrofe tan anunciada y lamentablemente tan demorada. ¿Será acaso que Obama, Medvedev y el presidente chino se han vuelto kirchneristas y no lo sabíamos? ¿Tan grave es el peligro que, incluso, le han lavado el cerebro a un liberal intachable como Carlos Escudé?