Desde París
Ya no estamos solos. Un doble o muchos dobles nuestros persisten en
los incontables Data Center del mundo, en las redes sociales, las
memorias gigantescas de Google, de Facebook o de la Agencia Nacional de
Seguridad de Estados Unidos, la NSA. Es lo que el ensayista francés Eric
Sadin, uno de los autores más proféticos y brillantes en el análisis de
las nuevas tecnologías, llama “la humanidad paralela”. Este ensayista
francés no comete la tontería de agitar espantapájaros triviales a
propósito de nociones como el “transhumanismo”. Tampoco se refiere a la
fusión física entre el ser humano y las máquinas, el famoso ciborg, ni
ahonda en la tesis del fin de una humanidad recuperada o salvada
mediante soportes numéricos. No. Eric Sadin piensa de manera magistral
las relaciones entre el individuo, la sociedad, los datos, los
programas, los iPhones o los smartphones, los grandes sistemas que
deciden por sí solos y la amenaza de los Data Center.
En cada uno de sus libros anteriores, Surveillance Globale, La
Société de l’anticipation, Eric Sadin ha explorado como pocos las
mutaciones humanas inherentes a la erupción de la hiper tecnología en
nuestras vidas. Lejos de contentarse con un anecdotario trivial de los
instrumentos tecnológicos que surgieron desde hace décadas, Sadin los
piensa de una forma inédita. Su último libro, L’Humanité Augmentée,
L’administration numérique du monde (La humanidad aumentada, La
administración digital del mundo), explora la capacidad cada vez más
creciente que tienen los dispositivos inteligentes para administrar el
rumbo del mundo. El libro ganó en Francia el Hub Awards 2013, un premio
que recompensó al mejor ensayo del año.
La obra navega fuera de los senderos evidentes. Ni elogio fúnebre de
la especie humana ni cántico de rodillas a las nuevas tecnologías, sino
una reflexión pura que demuestra que nos encontramos en un momento
crítico de la historia humana. Para Eric Sadin, Hal 9000, la computadora
súper potente que en la película 2001 Odisea del Espacio equipa la nave
Discovery, ha dejado hace mucho de ser una ficción: Hal 9000 ha sido
incluso superada por la tendencia actual hacia una “administración
robotizada de la existencia”. GPS, iPhone, smartphone, sistemas de
gestión centralizados que deciden por sí solos, trazabilidad permanente,
todo confluye en la creación de lo que el autor llama un
“órgano-sintético que repele toda dimensión soberana y autónoma”. En
esta entrevista con Página/12, Sadin analiza ese doble tecnológico que
nos facilita muchas cosas al tiempo que nos acecha al punto de
transformar nuestra humanidad.
–Eric Schmidt, el presidente de Google, dice en su último libro The
New Digital Age que “acabamos de dejar los starting-blocks” de la
revolución numérica. Usted, al contrario, estima que la revolución
digital se acaba. ¿Fin o nueva fase?
–La década actual señala el fin de lo que se llamó “la revolución
digital”, que empezó a principios de los años ’80 mediante la
digitalización cada vez más vasta de lo real: la escritura, el sonido,
la imagen fija y animada. Ese amplio movimiento histórico se desplegó
paralelamente al desarrollo de las redes de telecomunicación e hizo
posible el advenimiento de Internet, o sea, la circulación exponencial
de los datos en la red. Esta condición tecnológica universalizada
trastornó prioritariamente tres dimensiones: las condiciones de acceso a
la información, el comercio y la relación con los otros a través de los
correos electrónicos y las redes sociales. Hoy, esta arquitectura que
no cesó de desarrollarse y consolidarse está sólidamente instalada a
escala global y permite el advenimiento de lo que yo llamo “la era
inteligente de la técnica”.
–La historia del siglo XXI se parece entonces a una redefinición de
las líneas antropológicas. Usted la define como una humanidad
“comprometida en una odisea incierta e híbrida, antropólogo-mecánica”.
–Nuestro tiempo instaura una relación con la técnica que ya no está
prioritariamente fundada sobre un orden protético, o sea, como una
potencia mecánica superior y más resistente que la de nuestro cuerpo,
sino como una potencia cognitiva en parte superior a la nuestra. Hay
robots inmateriales “inteligentes” que colectan masas abismales de
datos, las interpretan a la velocidad de la luz al tiempo que son
capaces de sugerir soluciones supuestamente más pertinentes, e incluso
de actuar en lugar nuestro, como ocurre con el trading algorítmico, por
ejemplo.
–Precisamente, el trading algorítmico desempeñó un papel nefasto en
la crisis financiera de 2008. Un dispositivo creado por el ser humano
operó una suerte de sustitución que terminó ahondando la crisis.
–Las transacciones financieras mundiales se llevan a cabo mediante
la colecta automatizada de volúmenes astronómicos de datos: su
tratamiento en tiempo real, la compra o la venta de acciones están a
cargo de robots numéricos que trabajan a una velocidad que sobrepasa
nuestras capacidades cognitivas. Hace 30 años, esa actividad estaba
realizada por seres humanos, pero fue poco a poco transferida hacia
sistemas interpretativos y reactivos. Ese fenómeno expone el momento
inquietante de nuestra contemporaneidad, donde las producciones
tecnológicas concebidas por seres humanos nos sustituyen e incluso
actúan en lugar nuestro.
–En su último ensayo, La humanidad aumentada, la administración
digital del mundo, usted expone un mundo cartografiado de manera
constante por los sistemas digitales. Usted muestra la emergencia de una
suerte de humanidad paralela –las máquinas– destinadas a administrar el
siglo XXI. Se impone una pregunta: ¿qué queda entonces de nuestra
humanidad?
–La historia de la humanidad está constituida por una infinidad de
evoluciones sucesivas en todos los campos. Desde el Renacimiento,
nuestro potencial humano se fundó sobre la primacía humana constituida
por la facultad de juzgar, la facultad de decisión y, por consiguiente,
de la responsabilidad individual que funda el principio de la Ley. La
asistencia de las existencias por sistemas “inteligentes”, además de que
representa una evolución cognitiva, redefine de facto la figura de lo
humano como amo de su destino en beneficio de una delegación progresiva
de nuestros actos concedida a los sistemas. Una creación humana, las
tecnologías digitales, contribuyen paradójicamente a debilitar lo que es
propio al ser humano, o sea, la capacidad de decidir conscientemente
sobre todas las cosas. Esta dimensión en curso se amplificará en los
próximos años. Además, nuestras vidas individuales y colectivas están
cada vez más reorientadas por sistemas que nos conocen con mucha
precisión, que nos sugieren ofertas hiper individualizadas, que nos
aconsejan este u otro comportamiento. Por medio del uso de nuestros
protocolos de interconexión se opera una cuantificación continua de los
gestos, la cual autoriza un “asistente robotizado” expansivo de las
existencias.
–Usted se refiere al surgimiento de un componente “órgano-sintético
que repele toda dimensión soberana y autónoma”. En suma, el mundo,
nuestras vidas, están bajo el orden de lo que usted llama “la
gobernabilidad algorítmica”. El ser humano ha dejado de administrar.
–No se trata de que ya no administre más, sino de que lo hará cada
vez menos en beneficio de amplios sistemas supuestamente más eficaces en
términos de optimización y de seguridad de las situaciones individuales
y colectivas. Esto corresponde a una ecuación que está en el corazón de
la estrategia de IBM. Esta empresa implementa arquitecturas
electrónicas capaces de administrar por sí mismas la regulación de los
flujos de circulación del tráfico en las rutas o la distribución de
energía en ciertas ciudades del mundo. Esto es posible gracias a la
colecta y al tratamiento ininterrumpido de datos; los stocks de energía
disponibles, las estadísticas de consumo, el análisis de los usuarios en
tiempo real; la energía disponible, las estadísticas del consumo, el
análisis de la utilización en tiempo real. Estas informaciones están
conectadas con algoritmos capaces de lanzar alertas, de sugerir
iniciativas o asumir el control decidiendo por sí mismos ciertas
acciones: aumento de la producción, compras automatizadas de energía en
los países vecinos, o corte del suministro en ciertas zonas.
–Eso equivale a una suerte de pérdida mayor de soberanía.
–La meta consiste en buscar la optimización y la seguridad en cada
movimiento de la vida. Por ejemplo, hacer que una persona que pasa cerca
de una zapatería pueda beneficiarse con la oferta más adecuada a su
perfil, o que alguien que se pasea en una zona supuestamente peligrosa
reciba un alerta sobre el peligro. Vemos aquí el poder que se le delega a
la técnica, o sea, el de orientar cada vez más con mayor libertad la
curva de nuestras existencias. Ese es el aspecto más inquietante y más
problemático de la relación que mantenemos con las tecnologías
contemporáneas.
–El escándalo del espionaje que explotó con el caso Prism, el
dispositivo mediante el cual la NSA espía todo el planeta, puso al
descubierto algo terrible: no sólo nuestras vidas, nuestra intimidad,
son accesibles, sino que nuestras vidas están digitalizadas, convertidas
en Big Data, dobladas.
–Prism reveló dos puntos cruciales: en primer lugar, la amplitud
abismal, casi inimaginable, de la colecta de informaciones personales;
en segundo, la colusión entre las compañías privadas y las instancias de
seguridad del Estado. Este tipo de colecta demuestra la existencia de
cierta facilidad para apoderarse de los datos, guardarlos y, luego,
analizarlos para instaurar funcionalidades de seguridad. La estrecha
relación que liga a los gigantes de la red con la NSA debería estar
prohibida por la ley, salvo en ocasiones específicas. De hecho, no es
tanto la libertad lo que disminuye sino partes enteras de nuestra vida
íntima. El medio ambiente digital favoreció la profundización inédita en
la historia del conocimiento de las personas. Este fenómeno está
impulsado por las compañías privadas que colectan y explotan esas
informaciones, a menudo recuperadas por las agencias de seguridad y
también por cada uno de nosotros mediante las huellas que diseminamos
permanentemente, a veces sin ser conscientes, a veces de manera
deliberada. Por ejemplo, a través de la exposición de la vida privada en
las redes sociales.
–El caso NSA-Prism marca todo un hito en la historia. De alguna
manera, incluso si la gente ha reaccionado de forma pasiva, hemos
perdido la inocencia digital. ¿Cree usted que aún persiste la capacidad
de rebelarse en esta gobernabilidad digital?
–Con Prism habrá un antes y un después. Este caso mostró hasta qué
punto la duplicación digital de nuestras existencias participa de la
memorización y de su explotación. Esto ocurrió en apenas 30 años bajo la
presión económica y de las políticas de seguridad sin que se haya
podido instaurar un debate a la medida de lo que estaba en juego. Este
es el momento para tomar conciencia, para emprender acciones positivas,
para que los ciudadanos y las democracias se apropien de lo que está en
juego, cuyo alcance concierne a nuestra civilización.
–La ausencia de Europa ha sido en este robo planetario tan
escandalosa como cobarde. Usted, sin embargo, está convencido de que el
Viejo Mundo puede ahora desempeñar un papel central.
–Me parece que Europa, en nombre de sus valores humanistas
históricos, en nombre de su extensa tradición democrática, debe influir
en la relación de fuerzas geopolíticas de Internet y favorecer la
edificación de una legislación y una reglamentación claras. El término
Big Data, más allá de las perspectivas comerciales que se desprenden de
él, nombra ese momento histórico en el cual el mundo está copiado bajo
la forma de datos que pueden ser explotados en una infinidad de
funcionalidades. Se trata de una nueva inteligibilidad del mundo que
emerge a través de gigantescas masas de datos. Se trata de una ruptura
cognitiva y epistemológica que, me parece, debe ser acompañada por una
“carta ética global” y marcos legislativos transnacionales. No obstante,
hay que desconfiar de todo intento de toma de control por ciertos
países capaz de conducir a una fragmentación de Internet. Justamente, el
valor de Internet radica en su dimensión universalizada. Me parece que
lo que necesitamos es un acuerdo en torno de algunas exigencias
fundamentales.
El smartphone, ese “asistente robotizado”
En su libro, usted se refiere a una figura mítica del cine, Hal, el
sistema informático de la nave Discovery que aparece en la película
2001 Odisea del espacio. ¿Hal es, para usted, como la figura que encarna
nuestro devenir tecnológico a través de la inteligencia artificial?
–Hal es un sistema electrónico hiper sofisticado que representa la
figura mayor de la película de Stanley Kubrick. Hal es un puro producto
de la inteligencia artificial, es capaz de colectar y analizar todas las
informaciones disponibles, de interpretar las situaciones y actuar por
sí misma en función de las circunstancias. Exactamente como ciertos
sistemas existentes en el trading algorítmico, o en el protocolo de
Google. Hal no corresponde más a una figura imaginaria y aislada sino a
una realidad difusa llamada infinitamente a infiltrar sectores cada vez
más amplios de nuestra vida cotidiana.
–En esa misma línea se sitúa para usted el iPhone o los
smartphones. No se trata de juguetitos sino de un casi complemento
existencial.
–Creo que la aparición de los smartphones en 2007 corresponde a un
acontecimiento tecnológico tan decisivo como el de la aparición de
Internet. Los smartphones permiten la conexión sin ruptura
espacio-temporal. Con ello los smartphones exponen a un cuerpo
contemporáneo conectado permanentemente, tanto más cuanto que puede ser
localizado vía el GPS. También, a través de él se confirma el
advenimiento de un “asistente robotizado” de las existencias por medio
de las innúmeras aplicaciones capaces de interpretar un montón de
situaciones y sugerirle a cada individuo las soluciones supuestamente
más adaptadas.
–Esos objetos, que son táctiles, nos hacen mantener una relación
estrecha con el tacto. Pero, al mismo tiempo que tocamos, las cosas se
tornan invisibles: toda la información que acumulamos desaparece en la
memoria de los aparatos: fotos, videos, libros, notas, cartas. Están
pero son invisibles.
–En efecto, ese doble movimiento trastornante debería interpelarnos.
Nuestra relación con los objetos digitales se establece según
ergonomías cada vez más fluidas, lo que alienta una suerte de creciente
proximidad íntima. La anunciada introducción de circuitos en nuestros
tejidos biológicos amplificará el fenómeno. Por otro lado, esa
“familiaridad carnal” viene acompañada por una distancia creciente, por
una forma de invisibilidad del proceso en curso. Esto es muy emblemático
en lo que atañe a los Data Centers que contribuyen a modelar las formas
de nuestro mundo y escapan a toda visibilidad. Es una necesidad
técnica. Sin embargo, esa torsión señala lo que se está jugando en
nuestro medio ambiente digital contemporáneo: por un lado, una
impregnación continua de los sistemas electrónicos, y, por el otro, una
forma de opacidad sobre los mecanismos que la componen.
“Desarrollar una conciencia crítica”
Los poderes públicos, principalmente en Europa, son incapaces de
administrar el universo tecnológico, incapaces de encuadrarlo con leyes o
fijar límites. La ignorancia reina, pero la tecnología termina por
imponerse, al igual que las finanzas, a todo el espectro político. De
alguna manera, los poderes públicos son víctimas de la ignorancia y de
lo que Paul Virilio conceptualizó como nadie: la velocidad.
–Una velocidad aumentada sin nunca cesar caracteriza el movimiento
vertiginoso imprimido por la innovación tecnológica. Estamos viviendo en
el seno de un régimen temporal que se vuelve exponencial,
prioritariamente mantenido por la industria que impone sus leyes. Lo
propio de los regímenes democráticos es su facultad deliberativa, su
capacidad colectiva para elegir conscientemente las reglas que enmarcan
el curso de las cosas. Ese componente está hoy eminentemente
fragilizado. Ahora como en el futuro, debemos enfrentarnos activamente,
sin nostalgia y bajo diversas formas, a la amplitud de lo que está en
juego éticamente, bajo la inducción de esta “tecnologización” de
nuestras existencias. Tanto en las escuelas y universidades, creo que es
urgente enseñar el código, la composición algorítmica, la inteligencia
artificial. Creo que son los profesores de “humanidad numérica” quienes
deberían ingresar en las escuelas y contribuir a despertar las
conciencias y ayudar a encontrar las perspectivas positivas que se están
abriendo con este movimiento. Es preciso que en adelante desarrollemos
una conciencia crítica ante nuestra propia utilización, que se instaure
lo que yo llamo “una disciplina de la utilización”. Esta disciplina me
parece indispensable si no queremos estar infinitamente pegados a las
producciones tecnológicas, si no queremos volvernos un mismo cuerpo con
la técnica. Es preciso mantener cierta distancia, porque es la distancia
quien condiciona el principio mismo de una relación abierta y
singularizada con el mundo.
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