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12 de Octubre: Nada que festejar

13.10.04

CINCO SIGLOS DE PROHIBICIÓN DEL ARCO IRIS EN EL CIELO AMERICANO

Por Eduardo Galeano


El Descubrimiento: el 12 de octubre de 1492, América descubrió el capitalismo.
Cristóbal Colón, financiado por los reyes de España y los banqueros de Génova, trajo la novedad a las islas del mar Caribe.
En su diario del Descubrimiento, el almirante escribió 139 veces la palabra oro y 51 veces la palabra Dios o Nuestro Señor.
Colón creyó que Haití era Japón y que Cuba era China, y creyó que los habitantes de China y Japón eran indios de la India; pero en eso no se equivocó.
Al cabo de cinco siglos de negocio de toda la cristiandad, ha sido aniquilada una tercera parte de las selvas americanas, está yerma mucha tierra que fue fértil y más de la mitad de la población come salteado.
Los indios, víctimas del más gigantesco despojo de la historia universal, siguen sufriendo la usurpación de los últimos restos de sus tierras, y siguen condenados a la negación de su identidad diferente.
Se les sigue prohibiendo vivir a su modo y manera, se les sigue negando el derecho de ser.
Al principio, el saqueo y el otrocidio fueron ejecutados en nombre del Dios de los cielos.
Ahora se cumplen en nombre del dios del Progreso.
Sin embargo, en esa identidad prohibida y despreciada fulguran todavía algunas claves de otra América posible.
América, ciega de racismo, no las ve.

El 12 de octubre de 1492, Cristóbal Colón escribió en su diario que él quería llevarse algunos indios a España para que aprendan a hablar (que deprendan fablar).

Cinco siglos después, el 12 de octubre de 1989, en una corte de justicia de los Estados Unidos, un indio mixteco fue considerado retardado mental (mentally retarded) porque no hablaba correctamente la lengua castellana. Ladislao Pastrana, mexicano de Oaxaca, bracero ilegal en los campos de California, iba a ser encerrado de por vida en un asilo público.

Pastrana no se entendía con la intérprete española y el psicólogo diagnosticó un claro déficit intelectual.

Finalmente, los antropólogos aclararon la situación:
Pastrana se expresaba perfectamente en su lengua, la lengua mixteca, que hablan los indios herederos de una alta cultura que tiene más de dos mil años de antigüedad.

*****

El Paraguay habla guaraní.
Un caso único en la historia universal: la lengua de los indios, lengua de los vencidos, es el idioma nacional unánime.
Y sin embargo, la mayoría de los paraguayos opina, según las encuestas, que quienes no entienden español son como animales.
De cada dos peruanos, uno es indio, y la Constitución de Perú dice que el quechua es un idioma tan oficial como el español.
La Constitución lo dice, pero la realidad no lo oye.
El Perú trata a los indios como África del Sur trata a los negros.
El español es el único idioma que se enseña en las escuelas y el único que entienden los jueces y los policías y los funcionarios.

(El español no es el único idioma de la televisión, porque la televisión también habla inglés.)
Hace cinco años, los funcionarios del Registro Civil de las Personas, en la ciudad de Buenos Aires, se negaron a inscribir el nacimiento de un niño.
Los padres, indígenas de la provincia de Jujuy, querían que su hijo se llamara Qori Wamancha, un nombre de su lengua.
El Registro argentino no lo aceptó por ser nombre extranjero.
Los indios de las Américas viven exiliados en su propia tierra.
El lenguaje no es una señal de identidad, sino una marca de maldición.
No los distingue: los delata.
Cuando un indio renuncia a su lengua, empieza a civilizarse.
¿Empieza a civilizarse o empieza a suicidarse?

*****

Cuando yo era niño, en las escuelas del Uruguay nos enseñaban que el país se había salvado del problema indígena gracias a los generales que en el siglo pasado exterminaron a los últimos charrúas.
El problema indígena: los primeros americanos, los verdaderos descubridores de América, son un problema.
Y para que el problema deje de ser un problema, es preciso que los indios dejen de ser indios.
Borrarlos del mapa o borrarles el alma, aniquilarlos o asimilarlos: el genocidio o el otrocidio.
En diciembre de 1976, el ministro del Interior del Brasil anunció, triunfal, que el problema indígena quedará completamente resuelto al final del siglo veinte: todos los indios estarán, para entonces, debidamente integrados a la sociedad brasileña, y ya no serán indios.
El ministro explicó que el organismo oficialmente destinado a su protección (FUNAI, Fundaçao Nacional do Indio) se encargará de civilizarlos, o sea: se encargará de desaparecerlos.
Las balas, la dinamita, las ofrendas de comida envenenada, la contaminación de los ríos, la devastación de los bosques y la difusión de virus y bacterias desconocidos por los indios, han acompañado la invasión de la Amazonia por las empresas ansiosas de minerales y madera y todo lo demás.
Pero la larga y feroz embestida no ha bastado.
La domesticación de los indios sobrevivientes, que los rescata de la barbarie, es también un arma imprescindible para despejar de obstáculos el camino de la conquista.

*****

Matar al indio y salvar al hombre, aconsejaba el piadoso coronel norteamericano Henry Pratt.
Y muchos años después, el novelista peruano Mario Vargas Llosa explica que no hay más remedio que modernizar a los indios, aunque haya que sacrificar sus culturas, para salvarlos del hambre y la miseria.
La salvación condena a los indios a trabajar de sol a sol en minas y plantaciones, a cambio de jornales que no alcanzan para comprar una lata de comida para perros.
Salvar a los indios también consiste en romper sus refugios comunitarios y arrojarlos a las canteras de mano de obra barata en la violenta intemperie de las ciudades, donde cambian de lengua y de nombre y de vestido y terminan siendo mendigos y borrachos y putas de burdel.
O salvar a los indios consiste en ponerles uniforme y mandarlos, fusil al hombro, a matar a otros indios o a morir defendiendo al sistema que los niega.
Al fin y al cabo, los indios son buena carne de cañón: de los 25 mil indios norteamericanos enviados a la segunda guerra mundial, murieron 10 mil.
El 16 de diciembre de 1492, Colón lo había anunciado en su diario: los indios sirven para les mandar y les hacer trabajar, sembrar y hacer todo lo que fuere menester y que hagan villas y se enseñen a andar vestidos y a nuestras costumbres.
Secuestro de los brazos, robo del alma: para nombrar esta operación, en toda América se usa, desde los tiempos coloniales, el verbo reducir.
El indio salvado es el indio reducido.
Se reduce hasta desaparecer: vaciado de sí, es un no-indio, y es nadie.

*****

Para despojar a los indios de su libertad y de sus bienes, se despoja a los indios de sus símbolos de identidad.
Se les prohíbe cantar y danzar y soñar a sus dioses, aunque ellos habían sido por sus dioses cantados y danzados y soñados en el lejano día de la Creación.
Desde los frailes y funcionarios del reino colonial, hasta los misioneros de las sectas norteamericanas que hoy proliferan en América Latina, se crucifica a los indios en nombre de Cristo: para salvarlos del infierno, hay que evangelizar a los paganos idólatras.
Se usa al Dios de los cristianos como coartada para el saqueo.
El arzobispo Desmond Tutu se refiere al África, pero también vale para América:
-Vinieron.
Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra.
Y nos dijeron:
-Cierren los ojos y recen.
Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia.

*****

Los doctores del Estado moderno, en cambio, prefieren la coartada de la ilustración: para salvarlos de las tinieblas, hay que civilizar a los bárbaros ignorantes.
Antes y ahora, el racismo convierte al despojo colonial en un acto de justicia.
El colonizado es un sub-hombre, capaz de superstición pero incapaz de religión, capaz de folclore pero incapaz de cultura: el sub-hombre merece trato subhumano, y su escaso valor corresponde al bajo precio de los frutos de su trabajo.
El racismo legitima la rapiña colonial y neocolonial, todo a lo largo de los siglos y de los diversos niveles de sus humillaciones sucesivas.
América Latina trata a sus indios como las grandes potencias tratan a América Latina.

*****
Gabriel René-Moreno fue el más prestigioso historiador boliviano del siglo pasado.
Una de las universidades de Bolivia lleva su nombre en nuestros días.
Este prócer de la cultura nacional creía que los indios son asnos, que generan mulos cuando se cruzan con la raza blanca.
Él había pesado el cerebro indígena y el cerebro mestizo, que según su balanza pesaban entre cinco, siete y diez onzas menos que el cerebro de raza blanca, y por tanto los consideraba celularmente incapaces de concebir la libertad republicana.
El peruano Ricardo Palma, contemporáneo y colega de Gabriel René-Moreno, escribió que los indios son una raza abyecta y degenerada.
Y el argentino Domingo Faustino Sarmiento elogiaba así la larga lucha de los indios araucanos por su libertad: Son más indómitos, lo que quiere decir: animales más reacios, menos aptos para la Civilización y la asimilación europea.
El más feroz racismo de la historia latinoamericana se encuentra en las palabras de los intelectuales más célebres y celebrados de fines del siglo diecinueve y en los actos de los políticos liberales que fundaron el Estado moderno.
A veces, ellos eran indios de origen, como Porfirio Díaz, autor de la modernización capitalista de México, que prohibió a los indios caminar por las calles principales y sentarse en las plazas públicas si no cambiaban los calzones de algodón por el pantalón europeo y los huaraches por zapatos.
Eran los tiempos de la articulación al mercado mundial regido por el Imperio Británico, y el desprecio científico por los indios otorgaba impunidad al robo de sus tierras y de sus brazos.
El mercado exigía café, pongamos el caso, y el café exigía más tierras y más brazos.
Entonces, pongamos por caso, el presidente liberal de Guatemala, Justo Rufino Barrios, hombre de progreso, restablecía el trabajo forzado de la época colonial y regalaba a sus amigos tierras de indios y peones indios en cantidad.

*****

El racismo se expresa con más ciega ferocidad en países como Guatemala, donde los indios siguen siendo porfiada mayoría a pesar de las frecuentes oleadas exterminadoras.
En nuestros días, no hay mano de obra peor pagada: los indios mayas reciben 65 centavos de dólar por cortar un quintal de café o de algodón o una tonelada de caña.
Los indios no pueden ni plantar maíz sin permiso militar y no pueden moverse sin permiso de trabajo.
El ejército organiza el reclutamiento masivo de brazos para las siembras y cosechas de exportación.
En las plantaciones, se usan pesticidas cincuenta veces más tóxicos que el máximo tolerable; la leche de las madres es la más contaminada del mundo occidental.

Rigoberta Menchú: su hermano menor, Felipe, y su mejor amiga, María, murieron en la infancia, por causa de los pesticidas rociados desde las avionetas.
Felipe murió trabajando en el café. María, en el algodón.
A machete y bala, el ejército acabó después con todo el resto de la familia de Rigoberta y con todos los demás miembros de su comunidad.
Ella sobrevivió para contarlo.
Con alegre impunidad, se reconoce oficialmente que han sido borradas del mapa 440 aldeas indígenas entre 1981 y 1983, a lo largo de una campaña de aniquilación más extensa, que asesinó o desapareció a muchos miles de hombres y de mujeres.
La limpieza de la sierra, plan de tierra arrasada, cobró también las vidas de una incontable cantidad de niños.
Los militares guatemaltecos tienen la certeza de que el vicio de la rebelión se transmite por los genes.
Una raza inferior, condenada al vicio y a la holgazanería, incapaz de orden y progreso, ¿merece mejor suerte?
La violencia institucional, el terrorismo de Estado, se ocupa de despejar las dudas.
Los conquistadores ya no usan caparazones de hierro, sino que visten uniformes de la guerra de Vietnam.
Y no tienen piel blanca: son mestizos avergonzados de su sangre o indios enrolados a la fuerza y obligados a cometer crímenes que los suicidan.
Guatemala desprecia a los indios, Guatemala se auto desprecia.
Esta raza inferior había descubierto la cifra cero, mil años antes de que los matemáticos europeos supieran que existía.
Y habían conocido la edad del universo, con asombrosa precisión, mil años antes que los astrónomos de nuestro tiempo.
Los mayas siguen siendo viajeros del tiempo: ¿Qué es un hombre en el camino?
Tiempo.

Ellos ignoraban que el tiempo es dinero, como nos reveló Henry Ford.
El tiempo, fundador del espacio, les parece sagrado, como sagrados son su hija, la tierra, y su hijo, el ser humano: como la tierra, como la gente, el tiempo no se puede comprar ni vender.
La Civilización sigue haciendo lo posible por sacarlos del error.

*****

¿Civilización?
La historia cambia según la voz que la cuenta.
En América, en Europa o en cualquier otra parte.
Lo que para los romanos fue la invasión de los bárbaros, para los alemanes fue la emigración al sur.
No es la voz de los indios la que ha contado, hasta ahora, la historia de América.
En las vísperas de la conquista española, un profeta maya, que fue boca de los dioses, había anunciado:
Al terminar la codicia, se desatará la cara, se desatarán las manos, se desatarán los pies del mundo.
Y cuando se desate la boca, ¿qué dirá?
¿Qué dirá la otra voz, la jamás escuchada?
Desde el punto de vista de los vencedores, que hasta ahora ha sido el punto de vista único, las costumbres de los indios han confirmado siempre su posesión demoníaca o su inferioridad biológica.
Así fue desde los primeros tiempos de la vida colonial:
¿Se suicidan los indios de las islas del mar Caribe, por negarse al trabajo esclavo? Porque son holgazanes.
¿Andan desnudos, como si todo el cuerpo fuera cara?
Porque los salvajes no tienen vergüenza.
¿Ignoran el derecho de propiedad, y comparten todo, y carecen de afán de riqueza?
Porque son más parientes del mono que del hombre.
¿Se bañan con sospechosa frecuencia?
Porque se parecen a los herejes de la secta de Mahoma, que bien arden en los fuegos de la Inquisición.
¿Jamás golpean a los niños, y los dejan andar libres?
Porque son incapaces de castigo ni doctrina.
¿Creen en los sueños, y obedecen a sus voces?
Por influencia de Satán o por pura estupidez.
¿Comen cuando tienen hambre, y no cuando es hora de comer?
Porque son incapaces de dominar sus instintos.
¿Aman cuando sienten deseo?
Porque el demonio los induce a repetir el pecado original.
¿Es libre la homosexualidad?
¿La virginidad no tiene importancia alguna?
Porque viven en la antesala del infierno.

*****

En 1523, el cacique Nicaragua preguntó a los conquistadores:
-Y al rey de ustedes, ¿quién lo eligió?
El cacique había sido elegido por los ancianos de las comunidades.
¿Había sido el rey de Castilla elegido por los ancianos de sus comunidades?
La América precolombina era vasta y diversa, y contenía modos de democracia que Europa no supo ver, y que el mundo ignora todavía.
Reducir la realidad indígena americana al despotismo de los emperadores incas, o a las prácticas sanguinarias de la dinastía azteca, equivale a reducir la realidad de la Europa renacentista a la tiranía de sus monarcas o a las siniestras ceremonias de la Inquisición.
En la tradición guaraní, por ejemplo, los caciques se eligen en asambleas de hombres y mujeres -y las asambleas los destituyen si no cumplen el mandato colectivo.
En la tradición iroquesa, hombres y mujeres gobiernan en pie de igualdad.
Los jefes son hombres; pero son las mujeres quienes los ponen y deponen y ellas tienen poder de decisión, desde el Consejo de Matronas, sobre muchos asuntos fundamentales de la confederación entera.
Allá por el año 1600, cuando los hombres iroqueses se lanzaron a guerrear por su cuenta, las mujeres hicieron huelga de amores.
Y al poco tiempo los hombres, obligados a dormir solos, se sometieron al gobierno compartido.

*****

Las técnicas arcaicas, en manos de las comunidades, habían hecho fértiles los desiertos en la cordillera de los Andes.
Las tecnologías modernas, en manos del latifundio privado de exportación, están convirtiendo en desiertos las tierras fértiles en los Andes y en todas partes.
Resultaría absurdo retroceder cinco siglos en las técnicas de producción;
pero no menos absurdo es ignorar las catástrofes de un sistema que exprime al hombre y arrasa los bosques y viola la tierra y envenena los ríos para arrancar la mayor ganancia en el plazo menor.
¿No es absurdo sacrificar a la naturaleza y a la gente en los altares del mercado internacional?
En ese absurdo vivimos; y lo aceptamos como si fuera nuestro único destino posible.
Las llamadas culturas primitivas resultan todavía peligrosas porque no han perdido el sentido común.
Sentido común es también, por extensión natural, sentido comunitarios.
Si pertenece a todos el aire, ¿por qué ha de tener dueño la tierra?
Si desde la tierra venimos, y hacia la tierra vamos, ¿acaso no nos mata cualquier crimen que contra la tierra se comete?
La tierra es cuna y sepultura, madre y compañera.
Se le ofrece el primer trago y el primer bocado; se le da descanso, se la protege de la erosión.
El sistema desprecia lo que ignora, porque ignora lo que teme conocer.
El racismo es también una máscara del miedo.
¿Qué sabemos de las culturas indígenas?
Lo que nos han contado las películas del Far West.
Y de las culturas africanas, ¿qué sabemos?
Lo que nos ha contado el profesor Tarzán, que nunca estuvo.
Dice un poeta del interior de Bahía: Primero me robaron del África.
Después robaron el África de mi.
La memoria de América ha sido mutilada por el racismo.
Seguimos actuando como si fuéramos hijos de Europa, y de nadie más.

*****

A fines del siglo pasado, un médico inglés, John Down, identificó el síndrome que hoy lleva su nombre.
Él creyó que la alteración de los cromosomas implicaba un regreso a las razas inferiores, que generaba mongolian idiots, negroid idiots y aztec idiots.
Simultáneamente, un médico italiano, Cesare Lombrosos, atribuyó al criminal nato los rasgos físicos de los negros y de los indios.
Por entonces, cobró base científica la sospecha de que los indios y los negros son proclives, por naturaleza, al crimen y a la debilidad mental.
Los indios y los negros, tradicionales instrumentos de trabajo, vienen siendo también desde entonces, objetos de ciencia.
En la misma época de Lombroso y Down, un médico brasileño, Raimundo Nina Rodrigues, se puso a estudiar el problema negro.
Nina Rodrigues, que era mulato, llegó a la conclusión de que la mezcla de sangres perpetúa los caracteres de las razas inferiores, y que por tanto la raza negra en el Brasil ha de constituir siempre uno de los factores de nuestra inferioridad como pueblo.
Este médico psiquiatra fue el primer investigador de la cultura brasileña de origen africano.
La estudió como caso clínico: las religiones negras, como patología; los trances, como manifestaciones de histeria.
Poco después, un médico argentino, el socialista José Ingenieros, escribió que los negros, oprobiosa escoria de la raza humana, están más próximos de los monos antropoides que de los blancos civilizados.
Y para demostrar su irremediable inferioridad, Ingenieros comprobaba:
Los negros no tienen ideas religiosas.
En realidad, las ideas religiosas habían atravesado la mar, junto a los esclavos, en los navíos negreros.
Una prueba de obstinación de la dignidad humana: a las costas americanas solamente llegaron los dioses del amor y de la guerra.
En cambio, los dioses de la fecundidad, que hubieran multiplicado las cosechas y los esclavos del amo, se cayeron al agua.
Los dioses peleones y enamorados que completaron la travesía, tuvieron que disfrazarse de santos blancos, para sobrevivir y ayudar a sobrevivir a los millones de hombres y mujeres violentamente arrancados del África y vendidos como cosas.
Ogum, dios del hierro, se hizo pasar por san Jorge o san Antonio o san Miguel, Shangó, con todos sus truenos y sus fuegos, se convirtió en santa Bárbara.
Obatalá fue Jesucristo y Oshún, la divinidad de las aguas dulces, fue la Virgen de la Candelaria...
Dioses prohibidos.

En las colonias españolas y portuguesas y en todas las demás: en las islas inglesas del Caribe, después de la abolición de la esclavitud se siguió prohibiendo tocar tambores o sonar vientos al modo africano, y se siguió penando con cárcel la simple tenencia de una imagen de cualquier dios africano.
Dioses prohibidos, porque peligrosamente exaltan las pasiones humanas, y en ellas encarnan.

Friedrich Nietzsche dijo una vez:
Yo sólo podría creer en un dios que sepa danzar.
Como José Ingenieros, Nietzsche no conocía a los dioses africanos.
Si los hubiera conocido, quizá hubiera creído en ellos.
Y quizá hubiera cambiado algunas de sus ideas.
José Ingenieros, quién sabe.

*****

La piel oscura delata incorregibles defectos de fábrica.
Así, la tremenda desigualdad social, que es también racial, encuentra su coartada en las taras hereditarias.
Lo había observado Humboldt hace doscientos años, y en toda América sigue siendo así: la pirámide de las clases sociales es oscura en la base y clara en la cúspide.
En el Brasil, por ejemplo, la democracia racial consiste en que los más blancos están arriba y los más negros abajo.
James Baldwin, sobre los negros en Estados Unidos:
-Cuando dejamos Mississipi y vinimos al Norte, no encontramos la libertad.
Encontramos los peores lugares en el mercado de trabajo; y en ellos estamos todavía.

*****

Un indio del Norte argentino, Asunción Ontíveros Yulquila, evoca hoy el trauma que marcó su infancia:
-Las personas buenas y lindas eran las que se parecían a Jesús y a la Virgen.
Pero mi padre y mi madre no se parecían para nada a las imágenes de Jesús y la Virgen María que yo veía en la iglesia de Abra Pampa.
La cara propia es un error de la naturaleza.
La cultura propia, una prueba de ignorancia o una culpa que expiar.
Civilizar es corregir.

*****

El fatalismo biológico, estigma de las razas inferiores congénitamente condenadas a la indolencia y a la violencia y a la miseria, no sólo nos impide ver las causas reales de nuestra desventura histórica.
Además, el racismo nos impide conocer, o reconocer, ciertos valores fundamentales que las culturas despreciadas han podido milagrosamente perpetuar y que en ellas encarnan todavía, mal que bien, a pesar de los siglos de persecución, humillación y degradación.
Esos valores fundamentales no son objetos de museo.
Son factores de historia, imprescindibles para nuestra imprescindible invención de una América sin mandones ni mandados.
Esos valores acusan al sistema que los niega.

*****

Hace algún tiempo, el sacerdote español Ignacio Ellacuría me dijo que le resultaba absurdo eso del Descubrimiento de América.
El opresor es incapaz de descubrir, me dijo:
-Es el oprimido el que descubre al opresor.
Él creía que el opresor ni siquiera puede descubrirse a sí mismo.
La verdadera realidad del opresor sólo se puede ver desde el oprimido.
Ignacio Ellacuría fue acribillado a balazos, por creer en esa imperdonable capacidad de revelación y por compartir los riesgos de la fe en su poder de profecía.
¿Lo asesinaron los militares de El Salvador, o lo asesinó un sistema que no puede tolerar la mirada que lo delata?

Tomado de: Eduardo Galeano, Ser como ellos y otros artículos, Siglo Veintiuno Editores, México, 1992

LAS CASITAS DE RIO GALLEGOS: PROSTITUCION, FRIO Y LIBRETAS SANITARIAS

7.10.04

Dos calles de tierra
Esta es una historia que se desarrolla mañana, tarde y noche, bien lejos de Buenos Aires. Con un modelo que remite lejanamente a las “vidrieras” de Amsterdam, pero en el sur de la Argentina. Allí están las mujeres que venden su cuerpo a módico precio, en un modesto barrio de casitas, detrás de ventanas que las protegen del frío. Iluminando con linternas cuando la luz del día desaparece.

Por Mariano Blejman
Desde Río Gallegos

”¡Dale, haceme un descuentito...! Si los dos somos puntanos. Te compro otro trago, pero haceme una rebajita”, dice un rubio de pelo largo totalmente desaforado, entonado por el alcohol. Dos nativos de San Luis se encuentran, a ambos lados del mostrador. Del lado de afuera, el hombre, necesitado, está amparado por el calor que produce adentro tener tanto frío afuera. Del lado de adentro, la mujer, necesitada, vende su cuerpo al mejor precio posible. Se encuentran en Las Casitas, la zona roja de Río Gallegos, a 2500 kilómetros de sus lugares de origen. A 2500 kilómetros de Buenos Aires, también. Será por la lejanía, por el aire del sur, por la falta de ozono en el ambiente: nadie es quien dice ser en el barrio de dos cuadras de Las Casitas, un terreno lleno de cuerpos acurrucados entre secretos propios y ajenos. La profesora de Historia, por ejemplo, se hizo madama; la correntina, que dice trabajar en un bar, atiende con su cuerpo. La que parece trabajar, en verdad, sólo calienta clientes: no la toquen. Las Casitas podría ser una más de esas zonas rojas pueblerinas, pero es más que eso. Nada es igual aquí.
Las chicas tienen libreta sanitaria, les hacen controles rutinarios, acatan una disposición municipal que les dio una zona de trabajo. Igual, cuando oscurece, todo se transforma dentro de Las Casitas: los abogados, los diputados, los profesionales, los pibes, hasta las chicas, dejan de ser quienes son para convertirse en otra cosa al amparo de la libido más austral del continente. No necesariamente todo se trata de sexo. Algunos van sólo a tomar un trago, como si fueran de tapas. En el barrio Belgrano de Río Gallegos, a 10 minutos del centro, las trabajadoras sexuales se amparan en su pseudo legalidad para guarecerse del frío y, finalmente, dar calor. Llegan como golondrinas congeladas hasta el sur desde Mendoza, Chaco, San Luis, San Juan, Corrientes, Córdoba, Tucumán, y se van quedando. Las Casitas son dos cuadras de tierra, casas de vidrieras oscuras, mujeres que alumbran como cazadoras buscando encandilar su presa.

La profe
Durante el día, Las Casitas es un barrio normal. Marisol supo ser profesora de Historia, aunque desde hace cinco años regentea un lugar. “Son casas independientes, la mayoría alquila. Algunos tienen varias casas repartidas”, cuenta mientras abre la puerta de su morada para contar, y al mismo tiempo baldea los pisos de cemento despintado. “Vine por otro trabajo, era azafata de barco y me quedé por los buenos puntajes para ser profesora de Historia. La mamá de una alumna mía tenía casitas. Nos hicimos amigas, y me dijo que lo trabajáramos juntos. Después decidí ponerme sola”, relata Marisol. Las casas suelen tener livings grandes, espejos de colores en el techo, y hasta una bola de cristal. En La Mary, una máquina pone música gracias a las monedas que caen en una ranura que se parece demasiado a un vientre. En el fondo, cuatro camas sin decoración sirven para lo de siempre y un baño mínimo es el lugar de limpieza. Se podría decir que los hombres entran y salen del mismo modo que sus cuerpos se funden con sus anfitrionas. El barrio estaba más cerca, pero lo fueron alejando. Y ahora lo quieren llevar cerca del aeropuerto. Ese mismo aeropuerto que durante la guerra de Malvinas, en 1982, veía salir los aviones de a cinco, y observaba cómo volvían de a tres, pidiendo pista de urgencia.
Las Casitas están aquí como caídas del cielo, en una versión aggiornada de Hansel y Gretel. Las chicas se perdieron por el bosque árido de la Patagonia y alguien les abrió la puerta para cobijarlas. Ahora tienen que laburar. Marisol se trajo dos chicas de Mendoza, otras de Córdoba, otras del Chaco. “Tengo refugiadas de todas partes.” Pero no es un refugio político, claro. Es una guarida de identidad. “Estamos legalizadas:tenemos libreta sanitaria y documentación, y estamos afiliadas a un sindicato, con obra social. Río Gallegos tiene problemas con las chicas que vienen escapadas. Nos hacen exámenes de HIV y estudios completos. Pero no todas trabajan con libretas.” Cada tanto alguna requisa oficial aparece en busca de documentos, narcóticos, o menores. Cada tanto encuentran algo, pero por lo general sólo cuando la policía quiere.

El enamorado
En el barrio donde todas las miradas tienen dueño, algún turista enamorado aparece a disturbar. A Marisol no le gusta que sus mujeres tengan relaciones con hombres. Relaciones estables, aclara. Las Casitas factura hasta mil pesos por noche. Las copas salen de 6 a 10 pesos. La Emilia, bar pool trabaja desde las once de la noche hasta la madrugada. Marisol se encuentra cada noche con alumnos, profesores, secretarios, directores. “Sin Las Casitas, Río Gallegos no sería igual.” Porque cada noche las chicas cargan pilas para las linternas que alumbran vidrieras de Vivi, Casandra, Estela, Marga, algunas de las 20 casitas de entrada pedregosa, con autos que se amontonan en la puerta deschavándose por la chapa. “Esto es contenedor. Acá sabés quién es quién”, cuenta Vivi. Se sabe quién cobra 30 pesos, quién vale 150; la que hace pases dobles, la que tuvo la historia con el “Gitano”, el que dice sacar rubias del pozo. La más linda no siempre tiene onda.
Además de los locales, los extranjeros llegan al puerto en barcos internacionales: norteamericanos, japoneses, venezolanos, colombianos. Los petroleros acercan más clientela, además de los camioneros o la gente del campo. También llega el comisario, el gerente, el diputado. “Algunos políticos llegan, piden que se cierren las puertas y pagan una noche completa para todas las chicas”, cuenta la Dorys. El público va de los 19 a los 30 años, pero la edad crece con las horas. La primera copa es de ellas, y se quedan con el 75 por ciento de los pases. Marisol descubre códigos, formas de hablar, de vestirse, apenas ve a una nueva. “Se nota si es recién llegada”, dice. Pero cada cuerpo presente tiene un conflicto oculto.
El verso habitual del hombre al oído sudoroso ofrece sacar a las chicas de la noche. Todas desean evadirse. “Y las chicas están carentes de cariño. Pueden ganar 200 pesos por noche, pero no saben cambiar de vida. Ahora los precios están estrictos, porque el Sindicato de Mujeres de la Noche controla”, cuenta Marisol. La madama se curte en Las Casitas sacando también radiografías de hombres: el que va a consumir, el queer encubierto, el fiestero que pide de a tres. “Los veo entrar y sé si van a gastar. El mejor cliente es de afuera. Los de acá se deslumbran y no tienen un mango, los de afuera se gastan el sueldo en una noche.”

El mañanero
La vida de Las Casitas se vuelve evidente de día. El problema habitual es cómo esconder la chapa del auto a la mañana, cuenta Ernesto, uno que ha pasado a “saludar” a las chicas antes de ir a trabajar. “Este pasa antes de ir al trabajo, tiene familia, pero se da un pase, y sigue de largo”, aún se sorprende la Dorys por lo bajo. Las Casitas son una rareza en la prostitución más o menos organizada de la Argentina. “Esto es como Alemania, como Holanda, tenemos vidrieras, chicas que apuntan con linternas”, dice Yolanda, que vino de Salta, distante a 3412 km de aquí. Pero Dorys y Patricia se llevan bien. La Dorys viene de hacer las compras, baja de un remise con bolsas de supermercado. Un caro supermercado que cobra el flete de productos fabricados a 2 mil kilómetros de esta zona. “Pasá pibe, ¿qué necesitás?”, interpela. Ni se inmuta, acostumbrada a recibir hombres. Dentro de su mansión espeta: “Una está acá porque quiere. Pero es cierto que algunas están atrapadas”, se desdice un segundodespués. La solidaridad es cuestión de carne. Hace unas semanas, Mimí (que trabaja para la Dorys) se enteró de que su padre estaba enfermo, grave, en Rosario. Las chicas trabajaron una noche “a beneficio” para Mimí. Entre todas le juntaron la plata y Mimí salió en avión a ver a su padre.
“Me enamoré una vez”, cuenta Patricia, que se enganchó con un policía. Patricia labura con Dorys, que desea salir cuanto antes. Patricia intentó salirse: fue cocinera, trabajó de secretaria comercial. “Pero la sociedad es verduga, tuve que volver. Mi pasado me condenaba”, cuenta. “Estar legalizadas da tranquilidad. Pero yo quiero que la Carolina me termine de estudiar”, avisa Patricia, quien pretende una vida diferente para su hija. Dorys, en cambio, es lacerante sobre su futuro: “Una trabajadora sexual tiene su argolla para dar de comer a sus hijos, si no tenés hombre y en un tiempo se te ve fea, nadie te da bola. Por eso puse mi propia empresita”. Dorys se pregunta cuál es la verdadera puta en un rapto de machismo: “La señora o la prostituta. La que le jura amor eterno y pone los cuernos a su marido sin cobrar, pero si se terminó la plata se terminó el amor. O la que pone el cuerpo por unos pesos cada noche sin deberle nada a nadie”.

La nieve
El problema de Las Casitas es cuando nieva y se hace difícil llegar. ¿Quién en su sano juicio puede pararse en una calle con 5 grados bajo cero? Y una vez que se llega, ya nadie es capaz de irse sin consumir. El barrio es una trampa que no atrapa cuando cada una se ocupa de lo suyo. La Dorys dice que las chicas la quieren. El problema es con los otros. Hace tiempo una se mudó y vino un gitano a buscarla porque le debía plata. La Dorys encaró al “Gitano”, le preguntó cuánto era y le pagó. “El trato de las dueñas es diferente, somos estrictos, pero tenemos pactos de confianza.”
Margot, Marta o Vivi no se hace amiga de nadie. Y cuando vuelve a su provincia no habla de nada. Todos saben que labura en un bar, y ella le hace ver lo que ellos quieren ver. Pero en el atardecer de Las Casitas, el sol entra con frío por las ventanas que a esta hora del día no necesitan de linternas encendidas. Recién cuando llega la noche, las luces de neón iluminan ese paraje patagónico donde todo sucede puertas adentro. Mejor dicho, donde todo lo de puertas adentro no se evapora. Marina, por ejemplo, habla al oído de los recién llegados, su función es que los clientes consuman. Que consuman, de paso, su cuerpo cansado de recibir embestidas. A ella le gustaría que todo esto termine. Su cabeza, cuenta, vuela por los aires cada vez que se tira sexo arriba y viene uno cualquiera y se mete en su vida.
Río Gallegos tiene 80 mil habitantes, pero Las Casitas forman una isla de calor en un pueblo congelado. Sin embargo, el “Colorado” cuenta una historia que deja en claro que no todo es Amsterdam o Berlín en Río Gallegos. Vino una noche con un amigo “sólo a tomar unas copas”, dice, y Roxi le contó entre tragos al oído que se quería ir, pero no podía. Que la habían llevado engañada, que le ofrecieron trabajo y, cuando llegó al sur, el trabajo era abrirse de piernas. No salió en los diarios, nadie la dio por raptada. Pero es difícil salir de Río Gallegos. El “Colorado” le dijo que la fuera a ver donde trabajaba, una casa de comidas. La chica durmió detrás del mostrador y, en la madrugada, el “Colorado” le pagó un pasaje al norte. Después apareció el “novio” de Roxi a reclamar, pero el “Colorado” lo miró a los ojos, respiró profundo y se hizo el desentendido.