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APRENDER A MORIR?

20.8.08


La capacitación puede alcanzar dimensiones insospechadas.
En Corea del Sur, compañías como Samsung, Hyundai, ING y Allianz envían a su personal a cursos en los que no sólo se plantean cuáles son sus prioridades en la vida, sino que los enfrentan también con su propio funeral y hasta pueden experimentar un simulacro de entierro. Una tendencia insólita, pero que puede entenderse por la alta tasa de suicidios de este país, que se duplicó en los últimos cinco años.

Parada frente a un altar cubierto de flores, en una habitación con luz suave, Baek Kyung-ah lee su testamente en su propio funeral y le dice a sus seres queridos cuanto lamenta no haberles demostrado más su cariño, antes de encaminarse hacia un ataúd para ser “enterrada”,

Bienvenidos a la nueva cruzada coreana por el bien morir. En un país tan entusiasmado con la necesidad de comer sano y llevar un estilo de vida saludable que los fabricantes de tabaco venden cigarrillos enriquecidos con vitaminas, las compañías ahora ofrecen cursos sobre la buena muerte. “Corea ha quedado en primer lugar en muchas cosas malas, como las tasas de suicidios y divorcios, y la incidencia de cáncer, por eso quise organizar un programa para que la gente viviera la experiencia de la muerte”, dijo Ko Min-su, un ex corredor de seguros de 40 años que fundó Korea Life Consulting, una firma que organiza funerales falsos como una forma de lograr que la gente valorice la vida.

¿Muerte en el funeral?

Varias corporaciones coreanas, como Samsung Electronics, Hyundai Motor, Kyobo Life Insurance y Mirae Asset Management, envían regularmente a sus empleados a tomar los cursos de Ko, en parte para alentarlos a cuestionarse cuáles son sus prioridades en la vida y, en parte, como medida de prevención de los suicidios. En la actualidad, este curso está tan integrado al entrenamiento que ofrecen Samsung y Kyobo, que estas empresas han construido sus propios centros para simulacros de funerales. Algunas compañías internacionales, incluyendo a ING y Allianz, también han enviado a su personal a estos cursos.

El suicidio es un gran problema en Corea del Sur, que tiene la tasa de muerte autoinfligida más alta del mundo desarrollado, con 24,7 casos por 100.000 habitantes, según el último informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). La tasa se ha duplicado en los últimos cinco años. Los expertos le echan la culpa a los cambios súbitos en la sociedad por la rápida industrialización del país, que ha elevado el nivel de competitividad agresiva y de estrés por razones financieras. “Hemos visto muchos cambios sociales en los últimos 30 ó 40 años, y a la gente le resulta difícil mantener los valores capitalistas. Al mismo tiempo, las redes de apoyo social se han debilitado”, dijo Hong Kang-ui, presidente de la Asociación Coreana de Prevención del Suicidio.

Pero la calidad de vida también está cuestionada, ya que los empleados trabajan jornadas laborales extraordinariamente largas. Los cursos de Ko buscan que los participantes reevalúen sus prioridades. Alrededor de 50.000 personas han tomado parte en ellos desde que los lanzó, en 2004, motivado por las muertes prematuras de sus dos hermanos mayores en accidentes.

Lee Joo-heung, un gerente de empresa de 45 años, vestido con una camisa hawaiana amarilla, cuenta que participó en un curso recientemente porque quería reflexionar sobre su pasado y prepararse para su muerte. “No había pensado nunca en que podía llegar el momento en que mi familia no pudiera contar conmigo. Comprendí que, si yo muero súbitamente, mi mujer y mis hijos se quedan solos”, señaló.

Testamento en mano

Ko, que es un buen orador con cierto toque de evangelista televisivo, comienza el curso con una presentación que incluye un “calculador de vida”, que cuenta al milisegundo el tiempo que falta para la muerte de cada uno. Después, los participantes son conducidos a una habitación a oscuras, donde se les pide que se sienten a un escritorio iluminado con velas, para escribir sus testamentos. Y también se les hacen determinadas preguntas: ¿si usted muriera hoy, qué le diría a su familia? ¿qué diría sobre su trabajo y su vida? A medida que la gente empieza a escribir, comienzan a oírse sollozos. Las mujeres, en particular, deben esforzarse por contener las lágrimas.

Cuando han completado los testamentos, los participantes deben ingresar en la “sala de experiencia de muerte”: una habitación grande y oscura, donde hay una serie de ataúdes, y que está decorada con retratos de muertos famosos como Ronald Reagan, la princesa Diana y Lee Byung-chull, el fundador de Samsung.

Frente a un altar cubierto con flores y su retrato fúnebre, cada participante elige un ataúd, se pone la acostumbrada mortaja de cáñamo y lee su testamento. A continuación, el participante yace en su ataúd, mientras un hombre con el traje tradicional coreano de mensajero de la muerte coloca flores sobre su pecho. Después, una persona coloca la tapa del ataúd, golpeando varias veces sobre ella con una maza y le arroja tierra. Los asistentes se retiran durante cinco minutos, que parecen 30 para los que toman parte de la experiencia.

Una vez que vuelven a levantarse las tapas de los ataúdes, Ko les pregunta a los participantes qué sintieron. “Cuando clavaban los clavos y esparcían la tierra, sentí que estaba realmente muerta. Creí que la muerte era algo lejano, pero ahora que la he experimentado, siento que tengo que vivir una vida mejor”, dijo una mujer que participó de la experiencia.

Algunos expertos médicos no están tan convencidos del valor de estos programas como medidas para evitar suicidios. “Creo que tratar las causas básicas, como la depresión y el comportamiento impulsivo, es más importante, y debería hacerse antes de encarar estos programas”, opinó Chung Hong-jin, profesor de Neuropsiquiatría del Samsung Medical Centre, en Seúl.

Sin embargo, Ko señala que los que han completado su curso se vuelven más considerados y le dan más valor a sus vidas. “La vida es un don que uno recibe de sus padres, pero el modo en que cada uno vive depende de las elecciones que hace. La gente toma conciencia de la belleza de la vida al experimentar la muerte”, señaló Ko, quien agregó que su programa es tan popular en su país, que ahora tiene competencia. “Somos como Nike, tenemos muchos imitadores”, agregó.

Pero, considerando que tiene patentes para dictar sus cursos en Corea y otros 17 países –incluyendo Japón, Estados Unidos, Alemania y la India– el emprendedor considera que podrá mantener su nicho. “Ya que todos tenemos que morir en algún momento, he registrado patentes internacionales y me gustaría expandir el programa en el exterior”, dijo también Ko, cuyos primeros mercados en el exterior serían Japón y China. En Corea, la compañía tiene oficinas en Seúl y Naju, en el sur del país. Cada participante paga entre u$s 50 y u$s 300 por el curso.

Traducción: Graciela Rey
Fuente: El Cronista