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La contradicción maradoniana

18.6.10

Por Alex Milberg 

 
Después del partido Serbia-Ghana, acercamos hasta su casa a un voluntario que nos escuchó hablar español. Es un adolescente peruano, hijo de diplomáticos, que estudia en Pretoria. Para tener una experiencia mundialista cercana, trabaja doce horas diarias y le tocó el bunker de la Selección. Juan José le recomendó peluquero a Agüero, le preguntó a Messi por Milito para alcanzarle sus botines recién llegados. Y los ve, a diario, practicar doble turno en el gimnasio y táctica en cada entrenamiento. “¿Que Maradona no entrena? ¿No vieron el gol?”, me respondió, como si le hablara a un ciego. Y, la verdad, los argentinos tenemos cierta tendencia a la ceguera o a la miopía. A distorsionar la realidad para que se acomode a nuestros deseos tantas veces autodestructivos.

Pero no, parece que Maradona no entrena. “Un jugador de la Selección le envió un mensaje a un amigo contándole que no hacen nada. Al equipo le falta trabajo”, me dijo un prestigioso periodista deportivo. Sus colegas repiten las sentencias hasta el hartazgo. Dispuestos a satisfacer el impulso de la noticia deseada: aquella idea que sus audiencias quieren leer o escuchar, sin importar que sea verdadera o falsa.

Pero más allá de la discusión eterna, ahí, en la cancha contra Nigeria, Maradona respondió con hechos. “Ganamos gracias a un gol del técnico”, dijo Demichelis. Pudo ser un gesto de obsecuencia a su entrenador. Pero completó: “Estudió a los nigerianos en defensa y practicamos mucho ese córner para que el gringo (Heinze) cabeceara solo”. Otro tiro libre de pizarrón, entre Messi y Mascherano, casi termina en el segundo gol argentino. El rumor que dispersan los periodistas argentinos acreditados en Pretoria se derrumbó en un instante. Su resentimiento por no tener el acceso permitido a las prácticas los llevó a suponer que no se hacía nada.

En los días previos al debut, intenté convencer a los jefes de deportes de los principales diarios para que lanzaran una encuesta: ¿Cuánto influirá Maradona en el desempeño final de la Selección? Nada, poco, bastante, mucho. Aún, creo, no la hicieron. Pero sería un nuevo termómetro para medir la esquizofrenia nacional, el travestismo ideológico, la contradicción maradoniana. Porque si la Selección triunfa, sólo habrá sido por mérito de sus extraordinarios jugadores. En cambio, si fracasa, habrá sido por culpa de su entrenador, el maldito Maradona. Por eso, la encuesta hubiera sido una alerta: aún hoy, incluso antes del partido con Corea del Sur, estaríamos a tiempo de dejar registrada una respuesta honesta.

¿Pero quién quiere honestidad? Ya lo escribimos en la tapa de esta revista cuando la Selección atravesaba su peor momento tras la derrota en Ecuador: Maradona es una nueva excusa para que gran parte de los argentinos ejerza su tentación por el fracaso. “Por qué queremos que pierda”, titulamos en aquella tapa. Y la angustiante eliminatoria desnudó como nunca antes la fascinación de los argentinos por la derrota, el placer de la catástrofe anunciada: “Fue un excelente jugador pero es un técnico pésimo”, “Maradona me da pena”, “no sabe nada”, “casi no tiene experiencia”. No se trataba de argumentar, sino de condenar. La figura de Maradona despierta un fuerte rechazo por su condición social, su figura contestataria y, sobre todo, porque encarna como casi ninguno la identidad nacional. Durante más de dos décadas, Maradona ha sido el principal —y probablemente el más exacto— espejo en el que se refleja nuestra imagen ante el mundo. Contradictorio, verborrágico, inestable emocionalmente, frágil, soberbio. Por eso lo odiamos tanto, porque se nos parece tanto.

Pero como dijimos en aquella polémica nota, también es posible encontrar valores positivos en la figura de Maradona. Aunque resulte políticamente incorrecto, su historia con la droga podría ser ejemplar: a punto de morir varias veces (y así convertirse en mito), sobrevivió y superó su adicción a la cocaína gracias al amor de y hacia sus hijas. Conserva ciertos valores y reivindicaciones de clase que son advertidas por los sectores bajos que siempre lo acompañan: Maradona es resistido, sobre todo, por los sectores medios-altos.

Esta columna no trata sobre las condiciones técnicas de Maradona. Como dijimos antes, es posible que no sea tan malo como lo suponían y tampoco será una eminencia si logra un Mundial destacado. Marcelo Bielsa, que afirma que hay “27 formas de ataque” o que arma sus equipos con computadoras, obtuvo el mayor fracaso argentino en la historia de los Mundiales. El fútbol es mucho más que fútbol cuando se trata del mayor evento cultural y social del planeta. Pero cuando se trata de escoger a once jugadores profesionales, procurar que no se lastimen antes de los partidos y seleccionar variantes tácticas, el fútbol es un juego impredecible donde el talento de los jugadores y el azar imponen sus resultados.

Conservo, debo confesar, un cariño superficial por Maradona. Hemos traído a Sudáfrica una bandera con la leyenda de “Gracias Doña Tota” en honor a su madre. La que lo crió en Villa Fiorito. La que le dio ciertos valores que le permitieron llegar a lo más alto.

Se trata, al fin y al cabo, de reconocer lo mejor de las personas y no quedarnos solo y siempre con lo peor. Sin chauvinismos miopes, éste es un tenue intento de valorar lo propio. A perder, fracasar, derrumbarnos; estamos acostumbrados. Pero podemos, cada tanto, gritar un gol sin culpa ni miedo, con verdadera ilusión.