Fetichismo o política
La doctrina del ogro
El supuesto básico, instilado desde las principales bocas de expendio del sector por unos pocos perversos y repetido ad nauseam por un rebaño de tontos, era que Kirchner ejercía el poder y Cristina se encargaba de las cuestiones ceremoniales que incordiaban al ogro. Por eso hasta les costó entender que no comenzaba un nuevo mandato presidencial. La sorpresa al descubrir el error fue tan grande como había sido el ninguneo previo a la presidente. Se manifestaron desde entonces tendencias profundas de la sociedad, de las que había habido fuertes indicios previos desatendidos: la creciente movilización juvenil y académica en torno de la ley de servicios de comunicación audiovisual en el segundo semestre de 2009, el acercamiento entre las juventudes sindical y política (que esta semana se reunirán en un Congreso de la Militancia en Chapadmalal), la eufórica participación popular en las celebraciones del Bicentenario en mayo de 2010. Esa asombrosa fiesta masiva que nadie supo prever, como consta en las notas previas sobre el presunto “fastidio por el estruendo hiriente”, que suscita “un sarcasmo sordo” y un “pronunciado aire de ajenidad”, fue concebida y organizada por la propia Cristina. El mapping sobre el Cabildo y el espectáculo de Fuerza Bruta, constituyeron un inédito debate ideológico de masas, festivo y sofisticado.La oportunidad perdida
Más allá de la angurria con que el Grupo Ahhh se arrojó sobre los cargos parlamentarios luego de siete años de embanderarse de consensual y dialoguista, su incapacidad para sobreponerse a un gobierno electoralmente debilitado se debió a la incapacidad de discutir una agenda verdadera de cara a la sociedad, de señalar las falencias del programa oficial y proponer un programa superador. Conducida por una jauría de columnistas que repetían con escasos matices personales un libreto único, redujo la compleja realidad a un par de dimensiones que sólo consultaban algunos intereses particulares y compensó este empobrecimiento adornándola con un formalismo republicano tan incompleto como insincero. La muerte de Kirchner fue una gran oportunidad para que la oposición se liberara del relato ideológico en que había quedado atrapada y comenzara un diálogo con la sociedad sobre bases reales. Pero en vez de replantear su acción optó por buscar un fetiche de reemplazo que le permitiera volver a refugiarse en su perdida ficción consoladora. En lugar de Kirchner invistió como nueva encarnación del Mal al secretario general de la CGT, Hugo Moyano, emblemático de lo que él mismo llamó no sin humor los feos, sucios y malos, como para dejar en claro el componente de clase. Su demonización es muy tranquilizadora, porque simplifica el análisis y al mismo tiempo dota a las interpretaciones de una intensidad emocional que hace más tolerable la cotidianidad en un paisaje árido para la oposición. Pero este escamoteo de los múltiples pliegues y dimensiones de lo real y el olvido de los asuntos de fondo sobre los que se disputa en la política, tiende a reproducir ese desmedro opositor, robusteciendo la primacía presidencial. Con un inconveniente adicional: la construcción del fetiche Moyano es inverosímil: su relación personal con la presidente carece de intimidad y fluidez y tanto la alianza que ambos consideran estratégica, como los conflictos que puedan existir por las diferentes prácticas y estilos, sólo forman parte de una relación política. Por esa dificultad, el perfil del monstruo es confuso. Ora se lo presenta como un dócil instrumento oficial para agredir a pacíficos demócratas y laboriosos empresarios, ora como una amenaza que se cierne sobre la presidente. A esta altura parece claro que ambos privilegian lo esencial de modo que las cuestiones accesorias no les nublen su visión.El mínimo no imponible
La discusión por el incremento del mínimo no imponible del impuesto a las ganancias de la cuarta categoría es un buen ejemplo de los acomodamientos que una relación racional impone a ambas partes. La CGT (y también las dos ramas de la CTA) reclamaban su alza, lo cual favorece a los asalariados de mayores ingresos, y el gobierno demoraba una respuesta. El cuestionamiento sindical llegó a argumentar que ningún país del mundo grava los salarios de sus trabajadores. No es así, sólo que en otros países no se lo llama impuesto a las ganancias sino a los ingresos. En Brasil, el impuesto a las ganancias de las personas representa el 0,4 por ciento del Producto Interno Bruto; en Chile el 1,2 por ciento y en la Argentina el 1,6 por ciento. En cambio en Estados Unidos, Italia y Gran Bretaña llega al 11 por ciento; en Alemania casi al 10 por ciento y en Francia al 8 por ciento. Pero el pago de impuestos sobre los ingresos no implica convalidar ni los niveles salariales ni la regresiva estructura impositiva actuales. Existe además un alto nivel de evasión en el pago de este impuesto, que no se debe a los trabajadores en relación de dependencia, sino a las empresas y los trabajadores autónomos. Eliminar esa evasión y gravar las rentas financieras que siguen exentas sería una contribución de fondo a la deseada mayor equidad. Como no afecta a todos los trabajadores sino sólo a los de altos ingresos y su tasa se eleva según el nivel de las remuneraciones, es indiscutible que se trata de un impuesto progresivo, sobre todo en las condiciones de fragmentación del mercado laboral y consecuente heterogeneidad dentro de la clase trabajadora que, aun atenuadas, subsisten.Desde 2001 hasta 2010, el promedio del salario nominal de los trabajadores registrados del sector privado creció más de cuatro veces y medio (de 883 a 4.077 pesos). Este incremento se debió en parte a la mejora real de las remuneraciones pero también a la creciente variación de precios. En esos años, el mínimo no imponible creció menos que los salarios nominales y el costo de vida, por lo que el impuesto alcanzó a mayor proporción de los trabajadores. Mantener estable el mínimo no imponible en términos reales hubiera requerido un incremento del 48 por ciento, que es lo que variaron los precios desde 2008, y para acompañar la evolución del salario de los trabajadores privados registrados el incremento debería haber llegado al 90 por ciento. Cristina sólo lo aumentó el 20 por ciento. El mínimo no imponible del impuesto a las ganancias para un trabajador casado y con dos hijos pasó a ser de 7.998 pesos mensuales, mientras que mantenerlo en los mismos términos reales que en 2006 (fecha del anterior aumento) hubiera requerido elevarlo a 8.265 pesos, y equipararlo con el nivel real de 2001, a 10.464 pesos. Para seguir la misma evolución del salario de los trabajadores privados registrados desde 2001, debería ser de 13.000 pesos ahora, como se observa en el gráfico. CFK se manejó con flexibilidad: defendió un impuesto progresivo pero antipático y evitó un conflicto con la representación sindical. Mucho más simple que esta complicada cuenta es la construcción de un nuevo fetiche a quien clavarle alfileres como culpable de todas las desventuras.