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Un nuevo concepto de lo político

5.9.11

 Por Fernando Peirone *

Gran parte de la comunidad política –y de los medios de comunicación– parece haber visibilizado el “interés” de los jóvenes por la política a partir de la muerte de Néstor Kirchner. 

Fue interpretado como la “irrupción” de un actor político que durante mucho tiempo había sido excluido del escenario político con naturalidad, como si se tratara de un organismo exánime. Algunos medios explicaron el “sorprendente fenómeno participativo” inscribiéndolo en una genealogía nacional que remontaron hasta la primavera alfonsinista, cuando la participación popular comienza a recibir los embates de un largo proceso de corrosión. 

Era la democracia que –como dice León Rozitchner– los militares habían perdido en Malvinas, no la que nuestro clamor había conquistado en las calles, una democracia “regalada”, enclenque y timorata que frente al entusiasmo de los jóvenes se reveló expulsiva y ficcional. El relato que por entonces comenzó a circular de los jóvenes fue en clave mediática, estigmatizados como víctimas de los descarríos o victimarios de una población medrada por la delincuencia y la inseguridad, muy lejos de aquel sujeto político que durante los años ’60 y ’70 había protagonizado la política de nuestro país y del mundo. 

La persistencia en posiciones tan refractarias, la degradación política del menemismo y los sucesivos golpes económicos hicieron que los jóvenes se apartaran masivamente de la escena política, tanto es así que muchos que estaban en condiciones de hacerlo, en las postrimerías del gobierno de la Alianza, terminaron yéndose del país o adscribiendo al Movimiento 501, que proponía trasladarse a más de 500 kilómetros del domicilio para quedar exceptuados de la obligación de votar. 

Ninguna de estas expresiones, acompañadas por emergentes estéticos que iban desde Los Redonditos de Ricota y La Bersuit hasta Los rubios, de Albertina Carri, fueron leídos como los gestos políticos de un actor social vivo y dinámico; por el contrario, fueron calificados como nihilismo, renuncias irresponsables o activismo antisistema; de ningún modo como el rechazo rotundo a una política en la que se (con)fundían las corporaciones políticas, económicas y mediáticas. 

La arrogancia y la impunidad impidió ver, en eso que llamaban antipatía, los primeros escarceos de una incipiente mutación en los modos de hacer política que tendría a los discursos mediáticos y a las corporaciones como sus principales antagonistas.

- Entusiasmo, frustración, entusiasmo. En el comienzo de la democracia, una gran masa de jóvenes había visto en Franja Morada y la Juventud Radical la oportunidad para desplegar una experiencia política diferente, que se apartara de la militancia setentista que aún fulguraba como modelo de referencia. Con el diario del lunes en la mano, se le puede reprochar al radicalismo la escasa representatividad social más allá de la clase media universitaria y responsabilizarlo de los importantes niveles de frustración que se generaron tras el “Felices Pascuas”, pero habiendo recibido un Estado penetrado y sin institucionalidad, eligió resignar su credibilidad por una democracia que –aunque sea “con muletas”– debía ser transferida al próximo mandato. Sobrevendría entonces una de las décadas más infames de la historia democrática argentina, la que se inició con el Pacto de Olivos y culminó con el oprobioso desfile de cinco presidentes en menos de una semana, tras el asesinato de 39 personas durante la revuelta del 19 y 20 de diciembre de 2001.

El arribo de Néstor Kirchner al poder, tras un año y medio de Duhalde y asambleas populares pidiendo “que se vayan todos”, también albergó la esperanza de un recambio. Pero a diferencia del alfonsinismo, que contaba con la ilusión y las expectativas de un nuevo período democrático, el kirchnerismo tuvo que remontar la desconfianza en la política y el desánimo colectivo que había generado la propia democracia. En ese contexto, la embestida de Kirchner contra las corporaciones –la militar en primer lugar, con menos réditos que costos– robustece el rol del Estado y le devuelve el protagonismo a la política, produciendo una creciente identificación entre jóvenes, minorías civiles y sectores más postergados. 

Este modo interpelador –que incluyó la desvinculación del FMI– generó condiciones simbólico-culturales que funcionaron como espacios de identificación para muchos jóvenes que venían desarrollando una poderosa expresión estético-política y que comenzaban a experimentar el contenido social de los nuevos recursos tecnológicos, a partir de lo cual se abría una nueva dimensión política. Este escenario, como sucedió en los ’60, excede la coyuntura nacional para acoplarse a un contexto mayor y más complejo (epocal), en el que el accionar de los jóvenes se enmarca y cobra un sentido y un alcance diferentes; pero esta variable de análisis no ha sido incorporada en los muchos artículos escritos sobre la “irrupción” juvenil.

Por eso, decimos que lo que vino a evidenciar la muerte de Kirchner ya venía sucediendo, sólo que en un registro que no se pudo –o no se quiso– descifrar. La recuperación que el kirchnerismo hizo de la política puso en marcha una trama de reconocimiento, deliberación y acción que no se reduce a las nuevas tecnologías ni se ajusta a la política que conocíamos, con su propio lenguaje, sus propias estrategias y sistemas de circulación. Nos referimos a la creciente utilización de la red como dispositivo de expresión y administración con fines ideológicos. Esta estructura organizativa es horizontal y comporta un sistema de valores sobre el cual se apoyan sus integrantes para emitir juicios, discriminar los comportamientos adecuados de los que no lo son, precisar cualidades y legitimar nuevas posiciones de poder. 

El último 24 de marzo, por ejemplo, millares de jóvenes cambiaron la foto de su perfil en Facebook por una silueta con la leyenda “nunca más”. ¿Hace falta algo más para advertir el contenido político de esa sumatoria de gestos individuales? La política está en los jóvenes desde siempre, como cuando dejaron de avalar la política del menemismo y de la Alianza, como cuando recientemente llevaron adelante las tomas de las escuelas secundarias. Lo que hizo la muerte de Kirchner fue darle una visibilidad irreductible.

El gobierno de Cristina Fernández, favorecido por lo que logró encarnar desde la 125, se ha constituido en la parcialidad que mejor comulga con las nuevas expresiones políticas. Algo que no muchos hubieran augurado en un movimiento verticalista –aunque históricamente marcado por la impregnación juvenil y la raigambre popular–. Por el momento no han ido mucho más allá de la mutua simpatía. Pero el apoyo existe y persistirá en la medida que el Gobierno mantenga viva la paradoja de favorecer su despliegue sin la pretensión de dominarlo. 

Paradoja que, por cierto, tensiona con el reflejo primero de la política, que es la invocación a la militancia orgánica con objetivos programáticos. Por eso, el Movimiento Evita y La Cámpora, a pesar del notable crecimiento, no reflejan acabadamente la adhesión de la juventud a las políticas del Gobierno: porque conservan las formas de la política tradicional. Y si bien pueden convivir y potenciarse con el nuevo sujeto político, proyectan mundos diferentes. El de La Cámpora y el Movimiento Evita –tanto como las estructuras partidarias y sindicales– permanece validado por el contexto, pero necesita un cambio progresivo. El otro aún no ha logrado expresarse institucionalmente, sólo como procedimiento y potencialidad.

Es decir, el kirchnerismo logró algo que era bastante impensable: que en su interior convivan los vicios inerciales de una política tradicional que aún no ha perdido sentido ni justificativos, junto al desarrollo de las condiciones para una reinvención institucional acorde con los nuevos procesos de subjetivación e intervención política. La interacción dialógica entre estas concepciones políticas –que incluye a la blogosfera, tanto como a la juventud sindical, las redes sociales y el universo del rock, entre otras expresiones disímiles pero igualmente entusiastas– nos distingue de muchos países que aún no han encontrado un punto de encuentro que facilite la transición a una nueva época. Es un desafío a nuestras propias expectativas.

* Director de la Facultad Libre de Rosario.

Bien...

 Por Natalia Aruguete

Michael Cohen fue responsable de la división de desarrollo urbano del Banco Mundial entre 1972 y 1999, desde donde se involucró en las políticas de infraestructura, medio ambiente y desarrollo sustentable de más de cincuenta países. A fines de la década del ‘90 se alejó de la entidad crediticia por sus disidencias con las políticas de ajuste que proponía a los países periféricos para enfrentar la crisis.
Actualmente dirige el Observatorio sobre Latinoamérica y la Maestría en Asuntos Internacionales de la New School de Nueva York, donde Néstor y Cristina Kirchner fueron invitados en septiembre de 2003. Doctor en Economía Política de la Universidad de Chicago, Cohen vivió en Argentina durante 15 años y experimentó la crisis de 2001. La recuperación de la economía local se volvió el eje de su investigación, que quedará volcada en un libro de próxima publicación. En su visita por Buenos Aires para dictar un seminario en el Idaes-Unsam, el investigador norteamericano dialogó con Cash sobre los aspectos más destacados de las políticas públicas de la gestión kirchnerista.

¿Por qué considera que la recuperación económica de la Argentina es un ejemplo para los países de ingreso medio? –En plena crisis argentina, durante los primeros meses de 2002, fue muy interesante ver las críticas que se hacían desde el exterior. Desde el Financial Times, el The New York Times, en Wall Street, el comentario era que Argentina iba a caer tanto que desaparecería. Cómo explicar entonces, cinco años después, un crecimiento tan fuerte. Escribí un libro sobre este tema que será publicado en diciembre próximo.

¿Qué rasgos distingue de la experiencia argentina? –Muestra, sobre todo, las debilidades del libreto neoliberal. Trabajé muchos años en las ciudades cuando estaba en el Banco Mundial y, por ello, tengo mis dudas sobre la ayuda internacional.

¿Cuáles fueron los motivos por la fuerte recuperación del sector agrícola? –Hubo un mayor volumen de demanda de commodities por parte de China y un cambio en los precios. Sin dudas, no es correcto separar lo rural de lo urbano, hay relaciones entre ambos en términos de ganancias e inversiones. Creo que hay que reconocer la importancia de la estrategia del Gobierno en dos aspectos.

¿En cuáles?
–Primero, las políticas de empleo que implementó han sido el aspecto más interesante e inesperado. La experiencia de Argentina de más empleo en blanco, menos informalidad y más inspectores muestra una mejora en volumen y calidad del empleo. En la New School tuvimos oportunidad de escuchar a Marta Novick, subsecretaria de Programación Técnica y Estudios Laborales del Ministerio de Trabajo de la Nación, quien habló de la performance del mercado de trabajo. Es impresionante la recuperación.

¿Cuáles son los aspectos que destaca de la política de empleo? –La utilización de tantos instrumentos al mismo tiempo para reforzar el mercado. Y el hecho de que el 85 por ciento de la mano de obra formal esté incluido en los acuerdos colectivos de trabajo. En los Estados Unidos, esa cifra llega al 8 por ciento. La otra política pública que se destaca está relacionada con el apoyo a la población pobre: la Asignación Universal por Hijo, las jubilaciones y otras ayudas sociales. Es muy impresionante cómo creció este tipo de programas, que empezó con el Plan Jefas y Jefas de Hogar. Y es interesante verlos desde el punto de vista de la crisis de 2008.

¿Por qué?
–Porque la diferencia entre 2001 y 2008 es que en este último año, la Argentina tenía en marcha un sistema de políticas y programas que la dejaron blindada frente a las presiones globales de la economía. Veamos la performance de la economía de tres países: Argentina, Brasil y Estados Unidos. En Brasil, el crecimiento en 2008 y 2009 representó una V. Es decir, hubo una caída en el crecimiento e, inmediatamente, una recuperación. En Argentina fue una U, porque la caída fue menos fuerte, mientras que Brasil necesitó más instrumentos para recuperarse. En Estados Unidos, el comportamiento económico fue una L: hubo una caída en la economía, y va a caer más. En términos comparativos, el aspecto más importante no es el crecimiento, sino el empleo, cuyo aumento, en el contexto del mercado industrial urbano, es un aspecto clave. Frente a la crisis, la Argentina estuvo mucho mejor organizada para recibir y absorber los impactos a nivel económico.

Desde el punto de vista distributivo, ¿qué opina de la política de retenciones móviles que se intentó implementar en 2008?
–Creo que fue razonable la política de retenciones por ser una política fiscal progresiva. Se necesita más inversión, más impuestos, más progresivo, para apoyar las políticas de infraestructura, y desarrollar más servicios.

¿Qué factores cree que incidieron más en la crisis de 2001, los de orden externo o interno?
–Es una mezcla. Hubo factores externos e internos. La crisis del Tequila en 1994, la de Asia en el ‘97, luego la crisis rusa y la brasileña, todas tuvieron como consecuencia la suba en la tasa de interés. Y para Argentina, el pago de la deuda fue más oneroso, sobre todo con el proceso de ajuste y contracción de la economía. A eso se agregó la falta de liderazgo político en 2001.

Hoy existe una economía más globalizada que en 2001, ¿cómo se produce la transmisión de la crisis mundial hacia las economías periféricas?
–En 2001, el canal de contagio fue la tasa de interés. En 2008, el canal de transmisión fue el comercio, porque la demanda agregada global se achicó, y eso tuvo un impacto fiscal –menos ingresos–, en la inversión y en el empleo. Fue peor para Brasil que para Argentina. Ahora no es evidente que vaya a haber una baja en la demanda de los commodities por parte de China. Por eso, creo que para Argentina no será tan doloroso pasar la crisis.

¿No es contradictorio decir que Argentina podrá sortear la crisis porque no tiene una producción industrial potente?
–Sí, es una contradicción, pero estamos hablando de las vulnerabilidades. Es posible que baje la demanda de producción de automóviles, pero no son tantos los sectores de la economía argentina en los que sucederá esto. En Brasil, en cambio, la crisis significa menos aviones, menos productos industriales. En este sentido, desde el punto de vista de las políticas de desarrollo, es importante apoyar proyectos de infraestructura en el conurbano bonaerense, en Córdoba, en Rosario, lugares donde hay crecimiento pero subsiste una deficiencia importante en infraestructura.

Usted menciona regiones importantes del país que, además, están en crecimiento. ¿Qué propone para las provincias pobres del Norte argentino?
–Creo que el caso de Salta es muy importante, porque cambió mucho en los últimos diez años. También es importante impulsar políticas de desarrollo e inversión en las ciudades secundarias. Si hay más inversión en las ciudades pequeñas, hay más productos y servicios y la oferta es más grande. Además, las regiones más productivas son una mezcla entre lo urbano y lo rural.

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/cash/17-5424-2011-09-04.html