David Cameron conserva la popularidad en su país a pesar de las recientes medidas de austeridad.
El espíritu "churchilliano" de Cameron es más evidente en su
política exterior: le atrae la idea de la intervención militra para
defender los derechos humanos y los intereses nacionales.
Por Niall Ferguson
La biografía de David Cameron parece salida de la serie Downton Abbey.
Su abuela paterna era descendiente directa del rey Guillermo IV (así
que, técnicamente, es primo en quinto grado de la actual reina); su
abuelo materno fue barón, y su suegro también lo es; el hogar ancestral
de su padre es Blairmore House, en Aberdeenshire; y estudió en Eton y
Brasenose College, Oxford, donde fue miembro del exclusivísimo Club
Bullingdon.
Sin embargo, en el trato personal, el premier inglés es todo menos un
anquilosado personaje de la era eduardiana. Prefiere que sus íntimos le
llamen Dave; se queja de tener que usar traje y corbata, y la pasa
bárbaro mirando sus programas favoritos de televisión —desde 30 Rock
hasta Downton Abbey—. El único indicio de su alta cuna es el evidente
aplomo con que lleva a cuestas el peso del poder. Y, para colmo, tal vez
es el primer ministro en la historia que luce más joven al cabo de casi
dos años en el cargo: aunque es cinco años menor que Barack Obama, con
quien esta semana se reunía en Washington, la diferencia de edades entre
ambos parece de 10 años o más.
Poco antes de su viaje a Estados Unidos, lo entrevisto en el número 10
de Downing Street. Luce en forma y relajado: la antítesis del hombre de
feroz mirada cuyo retrato cuelga de la pared de su despacho. En marcado
contraste con los excesos de Winston Churchill —comía lo que tuviera
enfrente, bebía champaña y brandi como si fueran agua, fumaba habanos y
trabajaba hasta avanzada la madrugada—, el estilo de vida de Cameron es
muy mesurado.
"Me acuesto temprano para levantarme a primera hora de la mañana",
informa. "Me siento a la mesa de la cocina para revisar la caja [de
documentos oficiales] a las 5:45 a. m. Mi abuela siempre dijo que las
horas más importantes son las de antes de medianoche". Además, juega al
tenis todos los domingos; sale a correr por Hyde Park una vez a la
semana; y muy contadas veces las presiones del trabajo han turbado su
sueño.
Sin embargo, pese a las diferencias de temperamento y estilo de vida,
Cameron se identifica fuertemente con Churchill. "Aún me emociona entrar
en el Salón del Gabinete [contiguo a su oficina] y recordar el período
de 1940 en que Gran Bretaña enfrentó sola a Hitler". De hecho, cuando
Cameron se negó a firmar el más reciente plan europeo para rescatar al
euro (en diciembre pasado), muchos conservadores interpretaron su
postura como un desafío al mejor estilo "churchilliano".
Hay otra semejanza que lo hermana con el legendario primer ministro. A
menudo olvidamos que Churchill inició su carrera como conservador,
cambió al bando liberal en 1904 y luego se reintegró con los
conservadores en 1925, mientras que el propio Cameron se describe como
un "conservador liberal". Digamos que es una especie de Rockefeller
republicano.
Es revelador que Cameron defina su identidad pública en términos de la
política exterior (aunque igualmente podría aludir al hecho de que
encabeza una coalición conservadora-liberal): "Tengo el instinto de los
conservadores —escépticos y dedicados a desarrollar grandes planes para
rehacer el mundo—, mientras que lo liberal estriba en el deseo de
propagar la democracia, así como los derechos y las libertades que
disfrutamos aquí".
El espíritu "churchilliano" de Cameron resulta mucho más evidente en el
plano de la política exterior. Igual que a Tony Blair, le atrae la idea
de una intervención militar toda vez que los derechos humanos y los
intereses nacionales están en juego. Fue él, no Obama, quien presionó el
año pasado por la intervención militar en Libia; y mientras Obama
delegó el protagonismo en la campaña aérea de la OTAN que contribuyó a
derrocar al dictador Muammar Kadafi, Cameron se situó decididamente al
frente, disputándose con Nicolas Sarkozy el control del volante y el
acelerador.
Pregunto a Cameron por qué no presiona con la misma energía por una
intervención militar en Siria. Después de todo, el régimen de Bashar
al-Assad ha cobrado muchas más víctimas que el de Kadafi. Cameron
reconoce estar "profundamente frustrado ante la imposibilidad de hacer
más en Siria". La razón principal es que, "en el caso de Libia, hubo de
por medio una resolución de Naciones Unidas, así como el apoyo de la
Liga Árabe". Aun cuando la situación de Siria es muy distinta, su
actitud revela que los argumentos para la no intervención no le
convencen. "Quisiera hacer algo más", prosigue, enfático.
"Necesitamos... sacudir el sistema... Tenemos que brindar más ayuda a la
oposición", en particular el Ejército Libre de Siria, actualmente
enfrascado en una guerra civil contra las fuerzas de Assad —mejor
equipadas.
Al preguntarle si una "coalición de voluntarios" podría intervenir en
Siria sin una resolución de la ONU, su respuesta es contundente. "Kosovo
demostró que hay ocasiones en que tenemos la responsabilidad de
proteger… salvar vidas, detener la masacre, y actuar de una manera
moralmente correcta que también responda a nuestros intereses
nacionales. Es decir, podemos proceder sin una resolución de Naciones
Unidas en ciertas circunstancias…". A mi parecer, ese comentario es casi
un argumento a favor de la intervención en Siria, con o sin
autorización de la ONU.
En cuanto a la ambición iraní de convertirse en una potencia nuclear, la
postura de Cameron es más moderada. Para empezar, se opone a que Israel
ataque unilateralmente las presuntas instalaciones nucleares de Irán.
"Me considero un buen amigo de Israel", afirma, "y los buenos amigos
deben ser sinceros". Aunque prefiere seguir un tiempo más por "la vía de
las sanciones y la presión, no descartaré posibilidad alguna" si los
iraníes persisten en su esfuerzo de producir armamento nuclear.
Desde la época de Churchill, varios primeros ministros británicos
presionaron a los mandatarios estadounidenses para que emprender
acciones militares
—como haría un pendenciero hermano menor al incitar a su desinteresado
hermano mayor—. Churchill presionó a Roosevelt y Thatcher hizo lo mismo
con el "indeciso" George H. W. Bush; y aunque Bush (hijo) no necesitó
del acicate de Tony Blair, de cualquier manera recibió un empellón.
¿Habrá llegado el turno de David Cameron para poner a Barack Obama en
pie de guerra?
De ser así, Cameron podría tener una aliada en Hillary Clinton. El día
anterior a la entrevista, el primer ministro y la Secretaria de Estado
asistieron a una cumbre sobre Somalia. Cameron reconoce que la nación
africana, devastada por la guerra y la hambruna, es como "un gran
rompecabezas cuya caja se perdió junto con algunas piezas". Sin embargo,
considera que él y Hillary han llegado a un acuerdo sobre la necesidad
de emprender un esfuerzo global para estabilizar Somalia (como si
"escribiéramos simultáneamente nuestros discursos" sobre el tema, dice
Cameron). Los argumentos para la intervención encajan con el espíritu
liberal-conservador: son humanitarios y, a la vez, responden al interés
nacional —abandonada a su suerte, Somalia no solo es una trampa mortal
para sus habitantes, sino un semillero de terroristas islámicos.
Si bien Cameron está dispuesto a profundizar la "relación especial" de
Gran Bretaña con EE. UU., su actitud hacia la Unión Europea es
exactamente la contraria. El euroescepticismo de Cameron, en cierto
sentido, no es novedad. Gran Bretaña se suscribió al antiguo Mercado
Común Europeo hace 40 años y, desde entonces, ha sostenido una relación
muy ambivalente con Bruselas. Y se sabía que no renunciaría a su moneda
tras la creación del euro.
Ahora bien, lo novedoso de Cameron es que, a diferencia de sus
predecesores, no pretende que Gran Bretaña permanezca fuera de la
Eurozona y, al mismo tiempo, "en el corazón de Europa". Para Cameron y
George Osborne (canciller del Tesoro), con la creación de una unión
monetaria, los continentales no tienen más remedio que establecer un
sistema fiscal federal que contemple sus ingresos combinados, las
transferencias entre Estados y la emisión conjunta de eurobonos. "De
acuerdo", dicen los británicos. "Formen su República Federal Europea,
pero no cuenten con nosotros". En consecuencia, durante la cumbre de
enero en Davos, la canciller alemana Angela Merkel describió su visión
del futuro en términos típicamente federales. ¿Acaso Cameron propone una
alternativa? "Mi visión", responde, "es la de una Europa que abarque
desde el Atlántico hasta los Urales, incluyendo Turquía; un mercado
único, vital y próspero donde florezcan la innovación y la inventiva… Un
continente de una gran voluntad política… pero no un Estado federal. No
un país llamado ‘Europa’".
Al preguntarle si, a la larga, Gran Bretaña terminará deslindándose de
la Unión Europea, contesta indignado: "No creo que eso suceda porque el
Reino Unido permanecerá firme en su decisión"
—se refiere a seguir como miembro activo de la UE, pero no de la Unión
Monetaria Europea; de desempeñar un papel en las decisiones sobre
política exterior y comercial, pero dejando los aspectos fiscales y
monetarios a los otros miembros—. Claro que aún está por verse si los
europeos continentales aceptarán semejante "membresía a medias".
La última vez que un hombre tan joven como Cameron llegó a primer
ministro fue en 1812: cuando asumió Robert Jenkinson, segundo conde de
Liverpool. Tras la derrota de Napoleón, en 1815, Jenkinson presidió un
período de impopulares recortes que subieron el desempleo —y ahora
algunos afirman que Cameron corre el riesgo de repetir la historia.
A diferencia de los políticos estadounidenses que solo hablan de reducir
el déficit, el gobierno de Cameron ya incrementó los impuestos y está
dispuesto a implementar drásticas reducciones en el gasto público. Para
el Instituto de Estudios Fiscales de Londres, los recortes anticipados
son de una escala nunca vista en el Reino Unido desde la Segunda Guerra
Mundial.
No obstante, aun antes de que entre en vigor la mayor parte de los
recortes, la economía británica parece estar en dificultades: el PBI se
contrajo 0,2 por ciento en el último trimestre de 2011 y la tasa de
desempleo ronda el 8,4 por ciento (la más alta en más de 15 años).
Además, con la economía en una doble recesión, los ingresos fiscales se
han desplomado, mientras que el gasto en bienestar social se disparó.
Resultado: los logros en la reducción del déficit son insignificantes y,
así, el mes pasado, Moody amenazó con despojar a Gran Bretaña de su
clasificación AAA.
Cameron no se inmuta. Dada la precaria salud del sistema fiscal que
heredó, los estímulos no eran opción. De hecho, cualquier política que
no fuera de austeridad habría desencadenado un motín en el mercado de
bonos como el que hizo naufragar las economías de Grecia y Portugal. "Es
un error creer que la solución a una crisis de deuda es más deuda",
sentencia Cameron.
Este caballero no es de los que echan a correr. "El camino es difícil,
pero necesario para el país... Tenemos un plan plurianual muy preciso
para controlar la deuda, el déficit y el gasto público... Sin embargo,
lo hemos acompañado de una política monetaria independiente y muy
activa. Somos conservadores fiscales, pero activistas monetarios. Esa la
dirección correcta".
Además de confiar en que el Banco de Inglaterra, autónomo, pueda seguir
imprimiendo dinero, ¿pensó en otras propuestas para impulsar el
crecimiento? Cameron está dispuesto a conceder, como mucho, una reforma
fiscal responsable, en vez de imprudentes recortes tributarios—.
Explica: "Quiero ver de dónde viene el dinero" para subsidiar cualquier
reducción impositiva.
Lo más notable de la austeridad "cameroniana" es que, a pesar de todo,
el primer ministro y su gobierno conservan una relativa popularidad.
"Tenemos el imperativo de tomar decisiones difíciles", explica. "Debemos
convencer al público de que a la larga... valdrán la pena". Su primer
objetivo es reequilibrar la economía dominada por las finanzas que
imperan en el Reino Unido y, ante todo, hacer renacer el sector
manufacturero británico. "No somos meros contadores dedicados a revisar
los libros".
Dado que las próximas elecciones generales se celebrarán en 2015,
Cameron confía no solo en ganar, sino en conseguir suficientes votos
conservadores para prescindir de sus socios en la coalición liberal. Y
dado que los pronósticos económicos auguran una mejoría durante 2012,
sus expectativas no son descabelladas.
Entonces, si lo que hoy hace Gran Bretaña es lo que Estados Unidos hará
mañana, ¿qué consejo daría Cameron a Obama? "He constatado que lo más
conveniente es desarrollar un plan [plurianual]... aunque también hay
que tomar en cuenta los elementos más grandes del gasto, como las
pensiones del sector público y el bienestar social", dice. De todas
formas, Cameron no irá a Washington para sermonear a Obama sobre los
costos y beneficios de la austeridad fiscal. Su finalidad es asegurar
que EE. UU. y Gran Bretaña estén leyendo el mismo libro sobre Oriente
Medio.
Y aquí surge un problema: su visita fue programada para la semana
posterior al supermartes. A la fecha, 99,9 por ciento de los medios
estadounidenses están enfocados en la lucha republicana para elegir a su
candidato presidencial —y comparado con Rick Santorum o Newt Gingrich,
el conservadurismo liberal de Cameron parece cosa de otro planeta—. La
realidad es que el británico tiene más en común con Obama que con
cualquiera de ellos.
No obstante, la visita de Cameron dista mucho de ser irrelevante porque,
mientras los republicanos debaten la incierta candidatura de Mitt
Romney, una amenaza más mortífera avanza en Oriente Medio. En parte se
trata de una carrera armamentista en la que Irán busca consolidarse como
una potencia nuclear e Israel se esfuerza en detenerlo. Pero también es
una carrera para determinar quién gobernará la región a la zaga de la
Primavera Árabe.
Alentado por los resultados de la intervención en Libia, Cameron
preferiría que el asunto quedara en manos de la misma corporación:
Estados Unidos & Reino Unido, Co. Pero si ambas naciones no
resuelven el desaguisado de Siria —por no hablar de Somalia—,
¿quién lo hará?
¿Se sumarán los estadounidenses a Cameron como lo hicieron con Blair?
Jóvenes, audaces y elocuentes, los dos primeros ministros tienen mucho
en común, aunque también comparten la desventaja de que Gran Bretaña ha
dejado de ser la potencia económica y militar de antaño. En los últimos
10 años, según informes del FMI, la economía del Reino Unido ha sido
superada por China y Brasil, y Londres ha reducido su presupuesto para
Defensa.
Para muchos estadounidenses, Gran Bretaña no es más un pintoresco
recuerdo del pasado, con su esnobista élite gobernante y escandalosa
clase baja. Le pregunto a Cameron sobre su decisión de poner a
descubierto la manipulación de los nacionalistas escoceses, otorgando a
Escocia un referendo sobre su independencia en 2013 ó 2014. ¿Teme estar
presidiendo la inminente desintegración británica? "Espero,
sinceramente, que no", contesta.
"Aunque la familia de mi madre proviene del clan Llewellyn de Gales y mi
padre desciende de los Cameron de Escocia, tengo una generosa cantidad
de sangre inglesa [y] algunas gotas judeo-portuguesas" (su tatarabuelo
fue el banquero semita Emile Levita). Esa "buena mezcla", afirma, le
convierte en "un típico ciudadano del Reino Unido".
Así pues, a pesar de sus orígenes de clase alta, el sueño de David
Cameron no es el renacimiento de la Inglaterra de Downton Abbey, sino un
anhelo auténticamente británico, el de un Reino Unido multiétnico;
allegado, pero no sometido, a Europa; aliado, pero no al servicio de
Estados Unidos.
Churchill seguramente estaría de acuerdo.
http://diagonales.infonews.com/nota-175844-Se-parecen-en-algo-Churchill-y-David-Cameron.html